sábado, 10 de julio de 2010

El artefacto 2,8.

Aun lo recuerdo. Aunque cada vez con menos detalles. La brisa del aire sobre mi rostro. El aroma del mar. El sonido de las gaviotas. El calor del Sol por la tarde. El salir a correr por la orilla con mis hijas. El cuerpo de Tsu. La felicidad. Las ganas de vivir. El amor.
Son todas las cosas que poco a poco fui perdiendo tanto yo como todos. Todos perdimos algo. Todos recordamos aquellos momentos. Aquellos días. Todos lo perdieron. A todos se les fue arrebatado… Menos a mí. Lo perdí, pero no me fue arrebatado… Yo acabe con ello.

Cuando el cielo se oscureció, cuando la tierra se marchito, cuando el aroma del mar se convirtió en aroma a sangre, a azufre, a muerte. Cuando todo comenzó.

En el mismo instante en que todo empezó, Tsu y las niñas corrieron a casa. Se encontraban jugando en la orilla. Histéricas. Inquietas. Asustadas. Sin saber qué hacer, que decir. La oscuridad fue avanzando desde el horizonte hasta pasar sobre nuestras cabezas y llegar hacia el otro extremo. Cerramos las puertas, las ventanas. Un miedo de ignorancia nos rodeaba. No sabíamos lo que pasaba, no sabíamos lo que pasaría. No sabíamos nada. Los días pasaron. Se oían gritos, pasos, incluso sonidos que nunca habíamos oído y que no sabíamos de donde o de quien provenían. Tan solo nos limitamos que quedarnos quietos. A hacer la mínima cantidad de movimientos necesarios. Grandes y extrañas figuras nos mostraban sus sombras a través de las maderas que tapaban las ventanas. Nos ignoraban, no sabían que estábamos allí. Y eso estaba bien, estábamos a salvo. Pero en algún momento deberíamos de salir, buscar alimentos, agua. O moriríamos ahí dentro.

No podía hacerlas salir. No podía ponerlas en peligro. Salí solo. Cuando no se oían ya ruidos, cuando ya nada pasaba por nuestras ventanas desde hacía días. No había nadie. Y fue entonces cuando vi por primeras vez el mundo después de la oscuridad del cielo. No quedaban plantas. Los pocos árboles que habían estaban muertos, secos, carbonizados. La tierra tomo un tono rojizo. Era blanda, casi como el barro. En el horizonte se veía humo por todos lados. Grandes y fuertes torres de humo que se juntaban en el cielo.

Cerré los ojos. Deje de pensar. Tan solo necesitaba encontrar comida y volver con mi familia. Pero no había nada. Sin plantas y con los animales muertos por donde se mire, no había nada. Nunca lo habría hecho, pero era necesario. Cuchillo en mano fui y rebane el cuerpo muerto de una vaca. Corte lo suficiente para una temporada. Me aleje más de la casa aun dudándolo. Buscaba el mar, buscaba algo de agua. Aun salada era agua. Pero encontré algo mejor. Encontré un pequeño estanque. Quizás el agua de lluvia acumulada en un hoyo, no lo sabía. Pero no era roja como la del mar. Esta era normal. Así que fui hacia allí. Mientras me acercaba, sentí como se clavaba en mí una mirada. Sentía cerca una presencia, algo que me acechaba. Pero al darme la vuelta y mirar a mi alrededor no había nada. Estaba solo. Me agache y agarre toda el agua que pude. Al darme la vuelta para regresar, algo grande y fuerte se abalanzo sobre mí. Luche durante varios segundos hasta que conseguí sacármelo de encima. Pero no había nada. No lo entendía. Pero tenía tanto miedo que no me importo, corrí de vuelta a la casa. En el camino sentí un fuerte dolor en el brazo, y al mirar detenidamente descubrí un pequeño corte de lado a lado. Como un aro que me rodeaba el brazo. Pero al llegar a la casa el dolor ceso. Pasaron varios días más. La carne no sabía bien, pero se dejaba comer. El agua era lo único bueno. Cada noche sufría fuertes pesadillas. Me despertaba completamente sudado y con un fuerte dolor de cabeza. Tsu y las niñas empezaron a preocuparse a pesar de que yo no le daba demasiada importancia.

Un día entraron. Subieron las escaleras. Yo estaba fuera. A pesar de no querer, me aleje demasiado. No llegue a tiempo. Corrí lo más rápido que pude. Llegue a la habitación y los vi. Tsu y las niñas contra la ventana. Y el ser aquel frente a ellas. Me miraron. Me pidieron ayuda. Tenía demasiado miedo. Cerré la habitación. Siguieron llamándome, pero hui. Hui como un cobarde mientras me llamaban, me seguían pidiendo ayuda. Pero no pude. Me gritaban desde la ventana, veían como me alejaba corriendo. Corrí tanto que deje de oírlas. Las abandone. Yo las mate. No hice nada. Yo soy el monstruo.

-No podías hacer nada – Dijo Aenil. Es alta, de largos cabellos rojizos que ocultaban sus grandes y brillantes ojos castaños.

-¡Si que podía! ¡Podía haberlo impedido! ¡Podía haberlas salvado!

-¡Habrías muerto!

-¡Mejor! ¡Ojala hubiera sido así! Así todo esto no habría pasado. No habría acompañado a aquel chico y quizás todo esto habría terminado ya…

-Eso no lo sabes. Todo lo que paso… quizás tuviera que pasar. Si hubieras muerto no me habías salvado y no estaría aquí en estos momentos. Tu vida no es solo tuya. A todos los que conoces, a todos los que ayudas… Todos tienen una parte de ti. No puedes arrebatárselo así sin más…

Ninguno dijimos nada más. Habíamos terminado.
Ya era de noche. El frio empezaba a dejarse notar. Nos abrazamos para mantener el calor mientras dormíamos.

-Gracias por contármelo. – dijo ella susurrándome al oído.

La noche pasó. El frio se fue. Pero el cielo seguía igual. Vivíamos en una noche eterna.

-Pongámonos en marcha. – Dijo Aenil al verme despierto. Estaba sentada sobre los bolsos.

Nunca estábamos más de una noche en ningún sitio. Ni nosotros ni casi nadie. Era peligroso quedarse en un mismo sitio mucho tiempo. Ellos nos encontrarían. Nunca dejaban de buscar.

-En marcha.

Empezamos a caminar hacia el sur. Alejándonos lo máximo que podamos del norte. Del sitio en donde todo empeoro. Y del sitio en de donde todos los asquerosos demonios salían.
Estuvimos caminando durante horas. Hablando. Aenil me conto que también era madre. O que almenos lo había sido. Su hijo era uno de los soldados de que estaba en Ynos cuando lo atacaron. Cuando lo destruyeron. Yo había estado allí, así que pude contarle lo que sucedió. Como yo y aquel chico conseguimos salir ilesos de aquella matanza.
Solo ella sabía lo de ese chico y yo. Solo en ella confiaba lo suficiente como para contárselo.

-Entonces aquel chico te salvo, ¿Verdad?

-En cierto modo podríamos decir que sí. Me salvo. Estar junto a él era seguro. O eso pensaba.

-¿Eso pensabas? ¿A qué te refieres?

- Bueno… En nuestro camino al norte se nos apareció un…

-¿Un…? –Insistió Aenil a la vez que con el brazo la tire al suelo junto a mí.

-Shhh, calla. Mantente en el suelo, no te levantes. – Le dije en voz baja y señale hacia delante.

De entre la rojiza arena que lo rodeaba todo se veía correr a alguien. Parecía una mujer. Detrás de ella salió un bicho volador.

-Un rastreador. – Le dije.

Aquella criatura era de las peores. Se dedicaban a peinar la tierra en busca de nosotros, y en cuanto nos encontraba, en pocas horas éramos rodeados por esos inmundos seres y acababan con nosotros. Pero cuando encontraba a solo uno… Le perseguía y le soltaba unos asquerosos insectos come carnes. Eran como cucarachas solo que más grandes. No dejaban ni los huesos.

-No mires. – Le dije tapándole los ojos. – Esperemos a que se aleje e iremos por allí. No creo que vuelva por esa zona en un tiempo. Vamos.

Reanudamos la marcha en silencio. No sabíamos que decir después de lo ocurrido. Caminamos hasta que decidimos parar bajo el tronco seco de un árbol. Nos tumbamos.

-¿Hasta cuando crees que podremos seguir así? – Pregunto Aenil.

-No lo sé. Es mejor no pensar en ello. Algún día tendrá que acabar, ¿No?

-Sí. Algún día…- Cerro los ojos.

Caminamos durante días, semanas… Hasta que llegamos a nuestro limite. No teníamos comida ni agua. Estábamos agotados. Pero él se apareció frente a nosotros. Decía llamarse Awan.

No hay comentarios: