jueves, 12 de abril de 2012

Monje rojo.

Era ya pasado el mediodía cuando entraron al monasterio. La puerta era de más de dos metros de altura de madera astillada y enmohecida por el paso del tiempo y hacía ya bastante tiempo que nadie las atravesaba. Por dentro se notaba el paso del tiempo y de sucesos no deseados por los antiguos propietarios. Las hileras de bancos dejaron paso a montones enormes de madera quemada y trozos de metal carbonizados colocados a ambos lados del gran salón. Los candelabros los que no habían caído y se hicieron pedazos en el suelo mezclando los cristales con las rocas aun pendían del techo apenas sujetos por uno o dos engarces de los varios que los mantenían en su sitio. Había banderas raídas de algún Dios ya olvidado sobre las paredes de las columnas que sostenían el techo y el gran ventanal que se posaba sobre ellos ya completamente negro por las enredaderas y el humo que desprendieron en su día los bancos. A pesar de ser aun temprano, allí dentro la oscuridad se los tragaba. La falta completa de ventanas no dejaba entrar ni un rayo de luz.

El Cabra hizo un movimiento con su arco para centrar su atención en una pequeña entrada entre dos antorchas que ya nunca encenderían. Tom desenvaino su espada y sujeto fuertemente su escudo y se adentró en aquel pasadizo. Los demás fueron tras él. Dentro les esperaba una escalera de caracol de roca mohosa y de escalones irregulares de apenas medio pie de grosor. Bajaron lentamente intentando no resbalar y caer apoyándose en la pared. A medida que iban descendiendo, un olor a sangre les iba llegando desde el final de la escalera. Un sonido agudo iba aumentando y acercándose a ellos. Todos desenvainaron sus armas y esperaron aguantando la respiración. No esperaron demasiado hasta que apareció delante de ellos. Tom dejo escapar un pequeño grito cuando una rata le paso por entre los pies y se perdió arriba de la escalera.

-Menuda nenaza estas hecha Tom – Dijo El Cabra entre risas. – Debía de ser una rata monstruosa.

-Vete a la mierda anda. – Le respondió seguido de un resoplido.

-Déjale tranquilo Cabra, no sea que la rata vuelva al oírnos y se nos ponga a llorar – Intervino Tina. – Sigamos bajando a ver que encontramos.

-Espero que merezca la pena la recompensa, este sitio apesta. – Dijo Roy.

Siguieron bajando hasta dar con una puerta de barrotes de hierro oxidado. Tom dio una patada que abrió la puerta y al estrellarse contra la pared se desprendió y cayó al suelo haciendo un estruendo que hizo eco por todo el lugar.
Al pasar, Tina se adelantó con la antorcha para intentar ver donde estaban. Fue caminando hacia delante atravesando lo que parecían pequeñas habitaciones con barrotes.

-¿Qué hacen bajo un monasterio así unas mazmorras? – Les pregunto a todos.

-No lo sé, pero esto más el olor a sangre que no hace más que aumentar me da que la recompensa se va a quedar corta. – Le respondió Roy.

-Shh! – Les advirtió El Cabra. – Oigo algo por allí. Detrás de aquella puerta.

-Vamos. – Ordeno Tom.

Lentamente fueron avanzando hasta la puerta, la cual esta vez abrieron con cuidado y lentamente para no hacer más ruido que el necesario. Tras ella había un pasillo oscuro rodeado de roca y tierra. Una especie de plantas y florecillas claras crecían por las húmedas paredes.

-Esto parece una cueva. – Dijo Tina mientras avanzaban.

En cuando cruzaron el pequeño camino se encontraron delante de una gran cámara subterránea donde cabrían dos o tres monasterios como por el que entraron. En el centro de todo aquello había una mesa repleta de frascos y artilugios que desconocían.

Se fueron acercando lentamente pasando por un camino de piedras entre el poco césped que crecía sobre aquella tierra llena de rocas, cenizas y charcos que se formaban por el constante goteo del techo de la cueva.

-¿Esta aquí lo que buscamos? – Les pregunto Tom mientras observaba aquella mesa.

-Pues no lo sé. ¿Qué decía la orden Cabra? – Pregunto Tina.

-Mmm… Déjame ver. Dice algo sobre un libro de piel o algo así. ¿Ven algo que se le parezca?

-Yo solo veo basura vieja y sucia.

-Y sangre – Dijo Roy. – Y parece que fresca. Miren, por allí hay más, parece que hay bastante más.

Se acercaron al gran charco de sangre que había delante de ellos. Al estar a pocos pasos un sonido sordo recorrió toda la cueva haciendo temblar el suelo.

-El libro del tiempo.- Se comenzó a oír con voz ronca. - Se dice que aquel que lo posea podrá viajar por él y existir por siempre sin sentir su paso por su cuerpo. “La inmortalidad” decían… La inmortalidad…

-¿Quién demonios está hablando? – Grito Tom hacia todos lados.

-Y tenían razón, claro que la tenían. Pero se olvidaron de un detalle muy importante. Algo minúsculo que podría haberme hecho cambiar de idea. – Continuo.

-No lo sé, pero creo que viene de la sangre. – Señalo Tina.

-¡Sangre, sangre, sangre y sangre! – Grito de repente. – Todo se reduce a la sangre. Todo esto se basa en la sangre. La inmortalidad se consigue con sangre, grandes cantidades de sangre eran necesarias para conseguirla.

-No sé quién será, pero eso explica la repentina desaparición de todos los habitantes de este monasterio hace años. – Les dijo Tina. – Aunque creo recordar que fue atacado por bandidos.

-Mercenarios. – La corrigió. – Contratados por mí. No era suficiente con la sangre de los monjes, necesitaba más, mucha más.

-Y su pago fue la muerte. – Acabo Tina.

-Eran bandidos, violadores, asesinos. Deberían agradecérmelo.

-Bla bla bla – Intervino Roy. – No me interesa quien eres ni tu historia, venimos a por el libro.

-¿El libro? ¿Es que no me has escuchado o eres idiota? El libro no trae ningún bien a nadie, solo destruye lo que toca. Nunca te lo daré.

-¿Crees que un charco de sangre parlanchín me da miedo?

-¿Charco parlanchín? – Apareció un hombre cubierto con una túnica de monje raída sobre el charco. – Creía que los caza recompensas serian algo más inteligentes.

-¿Para qué quieres el libro si tan mal te hace? – Le pregunto Tina.

-Lo necesito para viajar al pasado y asegurarme de que no lo utilizo. Pero para eso necesito más sangre, solo un poco. Con la vuestra me bastara. – Acabo de hablar y salto sobre Tina atravesándole la garganta con una daga de hierro.

-¡Hijo de puta! – Le grito El Cabra mientras tensaba el arco.

Tom salió lanzado hacia el cargando con el escudo por delante para frenar la estocada del monje quien luego salto hacia un lado esquivando la flecha del Cabra. Al caer comenzó a dar fuertes y rápidos golpes contra Tom quien apenas conseguía detenerlos.

-¡Roy, espabila! – Le gritaba El Cabra entre disparo y disparo.

Al oírle corrió en ayuda de Tom con su mandoble pero fallo el golpe. El monje giro en cuando el lanzo el golpe sujetando a Tom por los enganches de su armadura y lo giro utilizándolo para parar el golpe que casi lo parte por la mitad.

-¡Joder! – Grito El Cabra quien empezó a disparar cada vez más rápido, aunque con menor certeza.

Roy soltó su espada perplejo por lo que acababa de suceder ignorando todo a su alrededor. Tanto las flechas del Cabra silbándole al lado de los oídos como el puñal que le atravesó el corazón.

De pronto se encontraba solo frente al monje. Quien lentamente fue avanzando hacia él. Los brazos parecía que le pesaban, pero a medida que aceleraba los iba echando hacia atrás hasta que comenzó a correr y de un salto cayó sobre él.

Desde el suelo solo podía ver al monje quien le imposibilitaba cualquier movimiento. Desde allí abajo pudo ver como una de las flechas le había alcanzado en un hombro.

-Te he dado… - Dijo entre risas sordas. – Te he alcanzado… - Acabo de decir cuando el monje se arrancó la flecha y se la clavó en la cara.