martes, 27 de diciembre de 2011

Corriendo.

Entre la lluvia de flechas y chispas del choque entre espadas pasaba el corriendo a toda velocidad. Con un brazo apuntando con el codo hacia delante y el otro estirado hacia atrás se abría paso entre la multitud que le rodeaba. Varios eran los golpe de hojas que iban en su dirección y eran respondidos con rápidos movimientos de sus espadas cortas mientras giraba sobre si mismo dando pequeños saltos mientras seguía avanzando.
Nada le detenía.
Tenia su meta marcada a fuego en su cabeza.
Y llegaría hasta ella aun a costa de su propia vida.
A cada paso que daba su odio aumentaba, su sed de venganza. Y con ella su velocidad. Ningún humano podría correr a esa velocidad y menos aun mantener el equilibrio. Pero el podía, y con una gracia imponente.
Las flechas volvían a tapar el Sol y a caer sobre su cabeza otra vez. Pero ninguna le alcanzaba. Con pequeños pasos de un lado para otro en zig zag conseguía avanzar sin un rasguño a la vez que frenaba los golpes del acero de los soldados que le rodeaban y corrían hacia el.

Eso le enfurecía aun mas. No solo el hecho de que todos quisieran su cabeza, si no el que estuvieran tan ciegos como para intentarlo siquiera tan solo por petición de un rey cegado por su propia avaricia. La fe ciega que depositaron todos aquellos hombres a los que iba quitando la vida a cada paso en un hombre al que sus vidas no importaban ni una pizca.
Sus pasos se fueron convirtiendo en zancadas cada vez mas largas. El suelo comenzo a temblar. A agrietarse a cada paso que daba hasta formar pequeñas zonas que se hundían bajo sus pies que siguieron creciendo hasta pasar a ser grandes cráteres que desfiguraban aquel enorme valle.
Todos los hombres allí reunidos comenzaron a huir lejos de el. Y los que no lo conseguían a tiempo acababan aplastados por la imponente fuerza gravitatoria de sus pisadas.
A esa velocidad no tardo demasiado en vislumbrar al final del camino su meta.
Sentada en un trono de oro recubierto de esmeraldas que formaban el símbolo de su reinado.
Sujetandose la cabeza con una mano como si se aburriera. Como si toda la masacre allí vivida no le importara lo mas mínimo.
Mostrando una leve sonrisa de superioridad.

Y eso le enfurecía aun mas.
En cuanto se acerco lo suficiente salto hacia delante gritando con todas sus fuerzas y cargando el filo de sus espadas hacia el cuerpo del malvado rey.
Cientos de imágenes pasaron por su mente en aquel momento. Todos los castigos sufridos por aquel hombre. Todas las atrocidades que tuvo que vivir por el. Todo el dolor de ver morir a todo aquel que llego a amar a lo largo de su vida.
Pero eso era algo pasado y el lo sabia. Libero su mente y acabo por volver en si justo antes de chocar contra el duro metal del escudo del rey.
El choque le hizo retroceder varios metros en el aire hasta caer al suelo donde sus pies se hundieron en el barro.

-Ven chico, demuéstrame lo que vales. - Le reto mientras le pedía que se acercara con la mano.

Recuperando el aliento volvió a cargar contra el. Pero volvió a rebotar contra su escudo. Mientras se reponía del golpe fue alcanzado por el metal del rey en un hombro. Aquello le hizo retroceder aun mas. La sangre brotaba de la herida. Pero no era suficiente para vencerle. Aun si moría se lo llevaría consigo.
Volvió a la carga y esta vez le alcanzo en una de las piernas, lo que le hizo caer con la rodilla al suelo. tuvo que apoyar la espada en el barro para mantener el equilibrio. Maldijo a los dioses y volvió su vista hacia el rey, quien comenzó a reírse al verle en semejante estado.
Varias habían sido las veces que se habían enfrentado en el pasado, y siempre había perdido. pero esta vez tenia que ser diferente. Había gastado hasta su ultimo aliento entrenándose para ese momento. El momento en que lo atravesaría con el acero de su espada y se llevaría consigo su ultimo aliento.
Aguantando la espiración y mostrando un fuerte dolor en el rostro se puso en pie. Cerro los ojos y apretó fuertemente las empuñaduras con sus manos. Tanta era la presión que comenzó a caer sangre de sus puños cerrados. Abrió los ojos y dedicó al rey una mirada llena de odio, de furia y de una venganza jamas vista. Grito su nombre con todas sus fuerzas y volvio a cargar contra el.
En el momento en que el rey alzo su escudo, dio un salto hacia un lado girando consigo todo su cuerpo y aprovechando el giro cargo con su espada derecha contra la muñeca del rey. su escudo cayó al suelo junto con su mano y un grito agudo de dolor. La pequeña risa paso a convertirse en una mueca de dolor insufrible por la perdida de su mano. La risa ahora había cambiado de dueño.
Comienzo a caminar en círculos alrededor del rey mirándole. Retosándose de su dolor, de su perdida y de su impotencia en aquellos momentos. Se detuvo delante de el. Apoyo ambas espadas sobre sus hombros cruzándolas entre si. Y con una pequeña lágrima de victoria acabo con su vida en aquel destrozado y embarrado campo de batalla desprovisto de vida.

martes, 20 de diciembre de 2011

Quien sabe.

Se despertó una cálida mañana de martes. Eran las siete y media pasadas cuando sonó el despertador el cual golpeo con su mano estirada tirándolo de la mesita de cama al suelo. Se sentó sobre la cama y mientras arrastraba las legañas de sus ojos frotándose con las manos, miro hacia la puerta. Su traje de trabajo colgaba ahí todos los días, nunca faltaba. Una mueca de cansancio recorrió su rostro cuando se puso de pie. Camino hacia el baño y se lavo la cara intentando animarse un poco antes de empezar el día. Bajo al salón, encendió la televisión para ver las noticias del día y vio que el pronóstico para el día de hoy seria soleado. Aquella tarde acabaría lloviendo. Pero el ya lo sabía.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Tengo una duda.

¿Ese muñeco es blandito?

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Manifestación.

- Ya casi es la hora. – Dijo por el móvil antes de colgar. Se ajusto el cinturón y el chaleco y comenzó a caminar hacia delante.
La sala estaba repleta de genta bailando al son del vals que tocaba la pequeña orquesta delante del la pista de baile.
A medida que avanzaba, las miradas se iban centrando en el, los murmullos, las risitas bajas. Su presencia llamaba la atención. Entre tantos hombres de etiqueta y mujeres con ostentosos vestidos, el con su chaleco oscuro y sus vaqueros resaltaban como la Luna en la noche. Poco a poco todos se fueron girando hacia él, hacia su andar rengo, su mirada perdida en el centro de la pista de baile, en sus balbuceos casi inaudibles.

Poco tardo en llegar al centro. Algunos de los que allí bailaban aun no se habían percatado de su presencia.

Varios metros por delante, se encontraba el Rey sentado junto a sus dos hijas, los tres le miraban extrañados mientras hablaban entre sí.

Se quedo quieto en el centro con las piernas estiradas, mirando hacia arriba, al cielo, a través del gran ventanal que se paraba sobre ellos. Estiro sus brazos hacia los lados, miro hacia donde se encontraba el Rey y grito: “¡Viva la republica!”
Se creó una explosión a su alrededor. Los que estaban junto a él en la pista de baile frenaron con sus cuerpos la metralla que llevaba escondida en los bolsillos del cinturón antes de caer secos al suelo. Los que estaban más alejados cayeron tras la onda expansiva que rompió el ventanal sobre ellos dejando caer los trozos de cristal sobre los cuerpos de los caídos.

Un caos de gritos y llantos inundo la sala, todos corrían desaforados hacia la salida más próxima a ellos.
Los cuerpos de seguridad corrían a escoltar al Rey el cual se encontraba en estado de shock. Tenía la mirada perdida entre tanta masacre, incapaz de articular palabra.

“Viva” Fue lo último que escucho antes de sentir el frio del metal sobre su cabeza y su consiguiente estruendo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Renfe va a por todas.


Si señor.


miércoles, 27 de julio de 2011

Sky city.

-¿Cómo esta todo por aquí? – Pregunto el soldado que se acerco caminando.

- No te había visto llegar. – Suspiro el que estaba sentado sobre el banco. – Una de las pocas noches tranquilas. Nada de momento. Una guardia aburrida, aunque las prefiero así.

- Ya te digo. Pocas noches como estas hay, mejor disfrutarlas. – Se acerco al otro y le levanto tendiéndole la mano. – A dormir, ya me quedo yo el resto de la guardia.

-Venga, nos vemos mas tarde. – Le respondió mientras se alejaba y le saludaba con la mano.

El otro soldado se sentó en el banco, apoyo la cabeza contra la pared y dio un suspiro mirando hacia el cielo. La pared era dura, oscura y con un pequeño musgo que le crecía por todas partes debido a los años. Eso la hacía algo más cómoda.

-Mierda… - Dijo en voz baja cuando una fuerte ráfaga de viento casi apaga la pequeña fogata que tenía delante. Se levanto y la cubrió del viento con un trozo de cartón que había en el suelo.
Antes de volver a sentarse, un pequeño destello en una de las armas le llamo la atención. Se fue acercando paso a paso lentamente para no caer por el angosto pasillo hasta llegar al arma que estaba enganchada a la punta. Todo lo que le rodeaba era un precipicio oscuro sin apenas espacio para moverse. Aquel era de las zonas de guardia más pequeñas de toda la ciudad. Varios habían caído por ahí, pero no en una noche como aquella, en las noches tranquilas nunca nada pasaba, solo en las demás, las peligrosas.
Un débil ruido llamo su atención. Venía desde abajo. Se agarro firmemente al arma con una de sus manos, con la otra sujetó los binoculares que tenia colgando del cinturón y se dejo caer lentamente hasta poder ver hacia abajo.
Todo lo que vio fue un paramo desierto. El mismo de todos los días. Nada más que rocas y arena y tierra rojiza.

-No hay ni rastro de ellos, menos mal… - Dijo para sí mismo mientras se levantaba y volvía a ponerse de pie y dejo escapar otro suspiro. – Era cierto que era una noche tranquila al final. Y si no tú nos protegerías ¿Verdad? – Le pregunto al arma a su lado mientras sonreía. Una sonrisa que no tardo mucho en apagarse ya que sabía lo que aquello significaba. A las noches tranquilas como aquellas siempre les seguían noches tormentosas, noches difíciles.

sábado, 16 de julio de 2011

Kamisama dolls.

martes, 24 de mayo de 2011

P.

-Bienvenido. – Le dijo una mujer de hermosos cabellos finos del color de la luna que brillaban bajo su luz. – Hace tiempo que esperábamos tu llegada Arturo.

Arturo miro a su alrededor. Se encontraban en un bosque. Rodados de arboles sin hojas y secos que crujían al interponerse a un leve viento que poco a poco intentaba crecer en vano. Bajo sus pies apenas se veía el césped entre todas las hojas caídas. La Luna estaba llena y todo estaba cubierto de un color triste y melancólico.

-¿Dónde estoy? – Pregunto Arturo a la joven mujer.

-Este es tu hogar ahora. Tu nueva casa.- Arturo intento responder pero no pudo. Acabo cautivado por los enormes ojos grises de aquella mujer. Aquella belleza no era real pensó, pero aun así no podía evitar el quererla, el poseerla para sí. – Ven, es por aquí. – Le señalo un pequeño camino entre las hojas. A lo lejos no se veía nada más que el bosque. – No queda muy lejos, un par de minutos y llegaremos a un pequeño rio, lo atravesaremos y llegaremos. – Intento tranquilizarle.

A medida que avanzaban, Arturo comenzó a fijarse más en aquel lugar. Todo era muy extraño. No sabía como había llegado, ni quien era aquella mujer. Ni siquiera sabía dónde estaba.
Varios segundos más adelante, el débil viento consiguió algo de fuerza y movió algunas hojas del suelo dejando ver debajo. Aquello sorprendió a Arturo. El verde césped que esperaba encontrar no estaba allí. Lo que vio fueron cadáveres de pequeños animales mesclados entre las hojas y un barro mohoso. En su rostro no puedo evitar soltar una aterradora mirada hacia todos lados. Su mirada recorrió todo su alrededor hasta dar con la sombra de la mujer que le llevaba dulcemente de la mano. Aquella sombra era como mínimo siete veces más grande de lo que debería y su forma no coincidía con ningún ángulo de ella. Y no solo eso, también se percato de que aquella sombra sujetaba una gran hoz que arrastraba moviendo las hojas a su paso.
Lentamente levanto la mirada y se encontró de frente con los ojos de la mujer.

-Bienvenido a casa. – Le dijo con una sonrisa enfermiza en su rostro.

viernes, 1 de abril de 2011

Dientes².

Un miedo inmenso recorrió su cuerpo. Frente a ella se encontraba el cuerpo sin vida de la bestia. Lagos de sangre emanaban de su cabeza, de sus brazos. Sangre que pronto tiño sus pies. Sangre que se encontraba sobre ella. Sentía asco. No sabía lo que había pasado. Simplemente sucedió. Su cuerpo actuando por si mismo salto contra la bestia. Un odio infrenable emanaba de ella en aquel momento. Un odio que la controlo, que le hizo actuar de aquella manera. Un odio que le hablaba, que la guiaba. Con apenas fuerza en sus piernas, salió de la casa en ruinas. Avanzo hasta la entrada al jardín y se dejo caer sobre la columna. Frente a ella, a lo lejos, se encontraba el pueblo que tanta paz le brindo. Columnas de humo que se extendían hasta el cielo emanaban de él. No solo la familia con la que vivía, si no todos habían caído esa noche.
Se puso de pie y comenzó a andar hacia el pueblo. A medida que avanzaba, se podían oír aun gritos de los que todavía Vivian. Gritos que se iban apagando uno a uno con un súbito y desgarrador llanto. Los arboles se movían fuertemente a causa del viento. Los pájaros se iban del lugar. A cada paso. A cada grito. A cada segundo que pasaba el odio dentro de ella aumentaba. Los dientes comenzaron a agrietarse debido a la gran fuerza con la que apretaba su boca cuando llego a la entrada del pueblo. Un último grito se apago delante de ella. Sobre aquel hombre se encontraba una de aquellas criaturas de armadura, quien se levanto y giro la cabeza para centrarse en ella. La criatura sonrió mientras un trozo de carne colgaba de su boca. Un fuerte rayo cayó sobre un árbol dejando un resplandor que la cegó durante unos pocos segundos. Al volver a abrir los ojos, sobre los edificios se veía la figura de varias de las criaturas. Varias más salieron de entre las sombras. Decenas de aquellas bestias la rodeaban, acercándose paso a paso.
Con la mirada en el suelo, comenzó a caminar lentamente hacia uno de ellos. No quería verlos, no podía. Bañados en la sangre de aquella gente. Poco a poco aquel débil paso con el que andaba se fue transformando en uno más rápido. Se convirtió en un trote que alcanzo una carrera. Y pronto en una carrera mas allá de toda razón. Se convirtió en un leve parpadeo.
Cuando la bestia se quiso dar cuenta, la niña se encontraba en el aire a su lado con el puño hacia atrás, el cual cargo con todas sus fuerzas y le golpeo arrancándole la mandíbula y lanzándolo varios metros hacia atrás justo a la vez que volvió a desaparecer dejando una ondulación en el aire. Una bestia la vio sobre su cabeza un segundo antes de que una patada se la arrancase y volviera a esfumarse. Otra de ellas vio como una mano atravesaba su pecho mientras caía al suelo.
Sobre uno de los edificios, frente a la luna que apareció de entre las nubes de humo, apareció la figura de una niña. Comenzó a caminar y al tercer paso y creando otra ondulación en el aire apareció frente a una de las criaturas que aun no habían huido. En menos tiempo del que la bestia tardo en parpadear su vida termino.
Delante de las pocas que aun quedaban se evaporo en el aire. Las tres dejaron escapar un ligero suspiro de alivio antes de vomitar sangre y caer al suelo sin entender siquiera el por qué.

Aun así, sabía que no la dejarían huir sin más. Debería esconderse.

lunes, 28 de marzo de 2011

Dientes.

Frente a la puerta se quedo parada esperando. El suelo temblaba bajo sus pies sin cesar. Trozos de pared caían y rebotaban en el suelo. Trozos del techo. Cada vez más grandes. El temblor aumentaba al paso del tiempo. Las gotas de sudor se mesclaban con los trozos del lugar. A cada segundo la habitación iba desapareciendo. Las pequeñas grietas se convirtieron en enormes agujeros a la nada más profunda. Al final los pasos detrás de la puerta se detuvieron. Ya no había paredes. Ya no había un techo bajo el que protegerse de la lluvia. Ya solo estaba ella parada en una enorme oscuridad, sobre un gran vacío que engullía todo avispo de esperanza que pudiera haber tenido. Aun así llovía, de ningún lado, tan solo llovía. En toda aquella oscuridad solo se veía la puerta frente a ella. Intacta. Imponente. Su mirada se centro en ella, no había nada más que mirar. Lentamente comenzó a abrirse como si una suave brisa la empujara hacia dentro. La oscuridad comenzó a escapar por la pequeña abertura hasta dejar todo completamente iluminado. Las ruinas de lo que había sido una pequeña casa en medio del campo la rodeaban. Trozos de cristal, de los muebles y de fotografías en el suelo hacían de alfombra de bienvenida a quien había abierto la puerta. Aquel que a cada paso que daba el suelo temblaba destruyéndolo todo. Sin poder soportar el poder de su mera presencia la chica cayó de rodillas al suelo sin poder levantar la mirada. Pequeños sollozos fueron creciendo hasta convertirse en verdaderos llantos de dolor e impotencia. Pequeños ríos de lágrimas caían de sus ojos hasta sus rodillas formando pequeños lagos bajo ella en donde se podía ver reflejado el rostro del dolor. El dolor de aquel que ya lo había perdido todo. De quien se daba por vencido. Quien tiraba la toalla.
El suelo comenzó a temblar mientras la gran criatura de imponente armadura se acercaba a ella. En la pequeña rendija del casco se podía apreciar una mueca de superioridad. Se detuvo delante de ella, la sujeto con una mano del cabello y la levanto hasta casi si cabeza. No llegaba a tocar el suelo. El rostro de la niña estaba completamente rojo del dolor que sentía en su cabeza. No tenía fuerzas para oponer resistencia. Su mirada seguía clavada en el suelo. Los ojos se volvieron rojos, se le secaban, no tenía ya más lágrimas que derramar.

-Nadie se escapa pequeña. ¡Nadie!

La niña no respondió. No levanto la mirada.

-¿Crees que no te queda nada? ¿Qué no tienes nada que perder? – Le dijo lentamente sin emoción alguna.

Comenzó a mover su otra mano hasta apoyarla sobre una pequeña rendija en el pecho de su armadura.

-Te mostrare la verdadera desesperación pequeña. – Al acabar esas palabras tiro de la rendija y abrió su coraza.
La niña con la poca fuerza que le quedaba levanto un poco la cabeza para ver en su interior. Sus ojos se abrieron de par en par. Intentaban salirse de su cara. Tanta era la fuerza con la que los abría, tanta era la fuerza con la que gritaba que la criatura comenzó a reír. Al no tener ya lágrimas que derramar, comenzó a llorar sangre, lo cual hizo que la enorme criatura se riera aun mas haciendo que el cadáver dentro de sí se tambaleara. Sam, el niño al que conoció en aquel pueblo, el niño que junto a su familia le dio un techo bajo el que dormir durante todo este tiempo se encontraba ahí dentro. Destrozado. Apenas se le podía reconocer si no fuera por la pequeña cruz que colgaba de su estrujado cuello. No, se dijo a sí misma, ese no es él, ya no. Aquel era el fruto de su irresponsabilidad. Sabía que no la dejarían huir así sin más. Sabía que la buscarían. Sabía que esto pasaría. Fue estúpida al creer que aquella paz de la que disfruto duraría para siempre, que no la encontrarían. Siempre lo hacen. Sin descanso. Todo esto no era culpa de ellos. Todo el caos y muerte que ahora les rodeaban, todas esas torres de humo que cubrían el cielo no es culpa de ellos. Era su culpa. Ella los había traído hasta aquí. Ella hizo que los mataran. La verdadera cara de la desesperación estaba reflejada ahora en su rostro.

-¿Le habías ayudado a escapar verdad? Muy noble de tu parte, aunque desafortunadamente para el no salió bien. Si hubieras visto su rostro al vernos tras de sí, al ver cómo le rodeamos… Qué bien nos lo pasamos con él. Esas lágrimas, esos gritos de socorro. Si vieras como movía su cuerpo mientras le comíamos, como el hilo de su voz se iba apagando poco a poco a medida que nuestros dientes se clavaban en su tierna carne... – Se detuvo al sentir como le temblaba la mano. - ¿Tiemblas pequeña? Está bien, deberías. Lo que te espera a ti será mucho peor en cuanto lleguemos. Y pensar que eras su preferida.

El temblor se extendió a su brazo. La pequeña temblaba fuertemente mientras seguía sujeta sobre el suelo. Su mirada estaba clavada en los restos de la cara de aquel niño.

-¿Qué crees que haces niña? – Le pregunto. Al acabar de hablar el temblor avanzo y le recorrió todo su cuerpo. Apoyo a la niña en el suelo. Ya no podía mantenerla en el aire. Le pesaba demasiado. La soltó y cayó al suelo de rodillas. Apoyo las manos para sujetarse aplastando los vidrios de las ventanas. Le sangraron las manos, pero no mostro atisbo de dolor. Seguía temblando, y con ella todo a su alrededor.
La criatura retrocedió varios pasos hacia atrás sin comprender lo que pasaba. Al dar un cuarto paso, la niña levanto la mirada hacia él, sujeto un gran trozo de cristal y salto hacia él. Puso los brazos delante para defenderse. Inútilmente. Los atravesó con el cristal haciéndolos caer a sus pies. No tuvo tiempo a gritar por el dolor de sus brazos perdidos, su rostro fue atravesado por el cristal atravesándole hasta salir por la parte de atrás de la cabeza. Lo último que vio fueron los ojos de la niña. Aquellos no eran sus ojos.

sábado, 19 de febrero de 2011

Noche ajetreada.

Pistola en mano se adentro en la selva de cortinas que había en la azotea de aquel edificio en pleno centro de la ciudad. La Luna era la única testigo de todo lo que esa noche sucedería, y la única que sabía con certeza que seguiría ahí cuando todo acabara.
Apartando con la mano libre las telas colgadas en las cuerdas para poder avanzar lentamente sin ser oído se acerco a un hombre que se fumaba un cigarro admirando las luces de la ciudad que él creía que decían al cielo “Estamos vivos” cuando realmente le intentaban avisar de su inminente final. Solo se percato de aquello en cuanto vio su propio rostro reflejado en la hoja del cuchillo que le atravesó el pecho antes de caer al suelo y dar un último vistazo a aquellas luces que se evaporaban como arena en el aire.
Con un suave movimiento, saco el cuchillo del cuerpo de la víctima y se volvió a internar entre las cortinas. Limpio el cuchillo en una de ellas, lo guardo a la altura de la cadera y prosiguió su camino lentamente. Al oír el ruido de una puerta abrirse, se agacho y echo un vistazo al frente para ver de dónde provenía. Un hombre de altura media y con gafas había salido a tomar el aire acompañado de un hombre de piel oscura y barba. Ambos se acercaron a la barandilla de la derecha y comenzaron a hablar en un idioma el cual él no entendía. Estaban tan inmersos en aquella conversación que no se dieron cuenta de nada. Lentamente se había acercado por detrás y con sutileza apunto a la cabeza de uno de ellos y disparo esparciendo sus restos sobre el rostro de su amigo quien sin llegar a entender nada de todo ellos cayo al vacio con una bala que había entrado por la mejilla y se había quedado en su cerebro.

Él tenía claro que todos ellos merecían pagar por lo que habían hecho, ninguno de ellos merecían el perdón, y sabia que la justicia de la ciudad no era capaz de ello, solo su propia justicia era digna de estos hombres.

Comprobó el arma y se adentro en el edificio. Bajo las escaleras en plena oscuridad hasta llegar a un largo pasillo. Tan solo unas luces que apenas alumbraban le dejaban ver las seis puertas que habían en el. En una de ellas se encontraba aquel a quien buscaba, y una vez acabado, todo podría seguir su rumbo.
Avanzo lentamente intentando oír algo que le condujera hacia donde se encontrara su objetivo. No fue muy difícil oír la televisión que venía de la tercera puerta. Se acerco y se coloco a su lado esperando encontrar el momento oportuno para entrar. Se oían las voces que le eran familiares, era un anuncio de detergentes, se encontraban en los anuncios. Esperaría a que acabasen y aprovechando el aumento de atención al programa, entraría y acabaría con todo esto. Segundos más tarde los anuncios terminaron y en un suspiro se puso delante de la puerta y la derribo de una patada. Antes que el que se encontraba dentro pudiese asimilarlo, el ya se encontraba a dos pasos de él con la pistola apuntándole a la cabeza. En la cara del dueño del apartamento se podía ver como sus ojos se habían abierto enormemente indicando que reconocía a su agresor, cosa que noto y sintió cierto agradecimiento a no haber sido olvidado como si no hubiera sido importante nada de lo sucedido hasta la fecha. Mantuvo la respiración y afirmo el pulso mientras seguía apuntando hacia su cabeza mientras se oían los llantos y lamentos del hombre que se encontraba sentado en aquel sofá descolorido. Su voz le producía un dolor insoportable en todo su ser que le hacía recordar el por qué se encontraba allí en ese momento, y no era algo que le gustase mucho recordar, eso le enfureció aun mas y comenzó a gritarle con todas sus fuerzas, desahogándose de tanto sufrimiento acumulado que el pelo se le acabo soltando de la horquilla y le recorrió la espalda.

Ella miro por última vez al hombre que acabo con la vida de su esposo y con una lagrima cayendo por su mejilla, disparo una bala cargada de dolor y que esperaba, le traería la paz tras la venganza que tanto anhelaba. El silbido de la bala al atravesar el silenciador fue lo último que aquel hombre oyó antes de caerse del sofá para nunca más volver a levantarse.

Ella desapareció en la noche, y para cuando encontraron los cuerpos, la única que quedo junto a ellos, fue la luz de la Luna.

Entrada.

Hay cosas las cuales se le ocultan, o mejor dicho, se le intentan ocultar a un niño desde que nace hasta que llega a la edad en que es capaz de asimilarlo y llegar a entender el por qué de tales acciones. Todo esto se hace por su propio bien, un bien que le protegerá durante la etapa más vulnerable de toda su vida. A pesar de todo esto, no siempre es la misma familia de estos la que les hace sabedores de tales cosas. A veces son otros los cuales hasta ese momento no conocía, y el hecho de que no hayan sido aquellos en quienes tanto confiaba y a quienes tanto amaba les crea un dolor tan profundo en sus corazones que les dejara una herida durante mucho tiempo. Hay quienes consiguen entenderlo en poco tiempo y perdonan. También los hay quienes no lo hacen en el momento, si no que ser dan cuenta de cuan duro fue el ocultárselo en el momento de hacérselo a sus propios hijos y aunque tarde para algunos, consiguen perdonar. Por ultimo están aquellos que nunca perdonan, aquellos que mantienen una enorme herida abierta en lo más profundo de sus corazones, una herida que nunca cierra creando un odio hacia todos tan grande que proclama una venganza ya no solo contra quienes les ocultaron tan importantes verdades, si no también contra los mismísimos dioses quienes permitieron tales actos.

Hay verdades que es mejor no saber cuando no se está preparado, aunque eso signifique nunca llegar a saberlas.

domingo, 16 de enero de 2011

Zombis.

Se despertó cansado. Dio su primera respiración del día cuando sintió el frescor del aire húmedo por la lluvia de la noche anterior en sus pulmones. Por las paredes de la antigua cabaña de madera en la que se encontraba se notaban aun los restos del rocío mañanero que tan normal era en aquella zona. Todo estaba tranquilo allí dentro. No podía ver lo que ocurría fuera. Las ventanas estaban completamente empañadas por la diferencia de temperatura entre fuera y dentro de la cabaña. Aun tenía legañas en los ojos que se quito con la manga de su abrigo. Estaba bañado en sudor, llevaba varios días con la misma ropa y nunca se la quitaba. No sabía cuando tendría que abandonar el lugar por algún inminente ataque y sabia que solo tenía lo que llevaba encima, si lo perdía sus oportunidades de escapar serian prácticamente nulas. Ya se había acostumbrado a su olor, el de fuera era otra historia.

Se levanto y busco en los muebles de la cocina alguna lata con algo de comida. Había pasado ya mucho tiempo desde que todo empezó, toda la comida se había echado a perder salvo las enlatadas. Las latas se mantenían en perfecto estado mientras permanecieran cerradas y su fecha de caducidad era muy alentadora. Aun así algún día se acabaría por echar a perder. Pero se decía así mismo que sería en un futuro bastante lejano, y para entonces esperaba que todo se hubiera arreglado.
Encontró una lata de melocotones en almíbar en uno de los estantes detrás de una caja de cereales con no muy buen aspecto. Abrió la lata con un cuchillo que había en uno de los cajones, la abrió con mucha delicadeza, los miro con ojos vidriosos llenos de esperanza y lentamente se los fue comiendo deleitándose con cada hermosa sensación que le daba aquel sabor a fruta fresca. Hacía ya dos días que no comía y esto le resulto el paraíso. No dejo ni el líquido en el que nadaban, se lo bebió todo. Maldijo el no poder comer el metal de la lata. El mundo estaba lleno de metal ya inservible y no de comida. La única comida estaba oculta, ya fuera en latas o como él en una cabaña, solo que la segunda no era para él, si no
para los que se encontraban fuera. En cierto sentido le hizo gracia. El buscaba comida enlatada y ellos también, solo que sus latas eran cabañas o casas y traían muchas más comida consigo.

Acabo por sacarse los restos de las legañas que aún le quedaban en los ojos y noto que una línea le recorría la mejilla desde los ojos hasta la barbilla. Una línea que atravesaba su sucio rostro dejando ver la piel en su verdadero color. Aun no había superado todo aquello, aun lloraba por las noches, inconscientemente, pero lloraba. Estaba claro que aun no lo había superado del todo.

Lentamente recogió todas sus cosas, que no eran muchas. Solo tenía la ropa que llevaba puesta que le ayudaba a mantenerse caliente en esta época de frio y lluvias, su cartera con un ya inservible dinero y la foto de él con su esposa e hijos, el cuchillo que encontró para abrir la lata y una pequeña linterna de mano que se estaba quedando ya sin pilas. Tardo unos segundos en poner en marcha su mente convenciéndola de que debía hacerlo y abrió la puerta.
Fuera era todo tal cual lo dejo el día anterior. Se encontraba en medio de un bosque con un pequeño lago a su derecha y la carretera a unos pocos kilómetros a la izquierda. El coche del dueño de aquella cabaña aun estaba allí pero no funcionaba. Se había pasado la tarde anterior intentando ponerlo en marcha, pero no tenía ni idea de cómo. Fue en ese momento en el que se arrepintió de no haber hecho caso a su padre y quedarse con el taller en vez de irse a la ciudad a estudiar abogacía. Escucho la voz de su padre diciéndole “Te lo dije”, cosa que le hizo crear una pequeña sonrisa sarcástica en su rostro.

Se cercioro de que no había ninguno de aquellos cadáveres ambulantes por la zona y comenzó a andar hacia la carretera. Hace un tiempo no lo habría notado, pero con todo lo sucedido desde que todo esto empezó, ya podía oírles a cierta distancia. Eran bastante torpes y hacían demasiado ruido al caminar, al menos los que aún conservaban las piernas, los que no eran otro cantar.

Llegando a la carretera escucho ruidos de motor. De motos se decía a sí mismo. Se acerco un poco y se escondió tras unos arbustos. Era bueno oír que aun quedaban personas vidas a parte de él, pero debía ser cauteloso.
Cuando todo comenzó, la gente perdió el control. Se formaban bandas y asaltaban las tiendas. Mataban por un trozo de pan. El caos se apodero de las calles, se mataban los unos a los otros, bandas contra bandas. Esto sin contar cuando se mataban entre sus propios miembros. La gente se escondía en sus casas con miedo a salir. Ya tenían suficiente con que los muertos se levantasen y mataran a todo aquel que alcanzaban como para encima tener que preocuparse también de los supervivientes. Y esto acabo en poco tiempo. Esto era como aquella frase del lejano oeste: “Aquí solo hay sitio uno de nosotros dos”. Los zombis tomaron estas palabras como un testamento de la biblia y acabaron con las bandas y con todo aquel que se interpuso delante. La policía no
supo que hacer frente a todo esto, no estaban preparados y cayeron fácilmente. Algunos se atrincheraron en sus propios cuarteles y aguantaron varios días. Pero finalmente cayeron. Estaban encerrados como sardinas en su lata. No se podía resistir durante mucho tiempo el asalto de los muertos. Ellos nunca descansaban, nunca cesaban, siempre eran más y más.
En las grandes ciudades se refugiaron todos cuantos pudieron con la esperanza de que el ejercito les ayudaría a mantenerse vivos. Y así fue al menos durante los primeros meses. La calma llego a las ciudades, los militares conseguían protegerles. Pero todo acabo. Una madre no puede negarse a su hijo, un hombre no puede olvidar a su esposa, o amigos. Nunca se sabrá, pero de algún modo uno de los caminantes consiguió atravesar el
perímetro. No importa cuán grande sea la cantidad de gente que forme el grupo de refugiados, con que solo uno de estos consiguiera entrar todo se acababa. Este mordía a uno y este otro a otro hasta acabar con todos en cuestión de horas. La ciudad se convirtió en un ejército de muertos vivientes que mataban a cualquiera que se internase en ella en busca de protección. De este modo cayeron cientos de personas. La ciudad había sucumbido a ellos, pero no la señal de radio que prometía protección y comida, una trampa mortal.

No podía dejarse ver por aquellos hombres hasta estar seguro de que no eran un peligro para su seguridad, así que los siguió durante un rato para asegurarse de que eran gente de fiar.

Una vez llegada la noche y haber visto durante el día que eran buena gente, decidió ir a dormir y acercarse a ellos por la mañana. A pesar de costarle horrores, consiguió cerrar los ojos y dormir. Nada de lo que vio en sueños es merecedor de ser relatado.

Se despertó con la cabeza mojada por el césped en el que se encontraba. Las hojas del árbol bajo el que dormía le habían despertado al caer sobre su cara. Se levanto y decidió acercarse a ver si aquellas personas habían despertado también y presentarse. Cuando dio el primer paso oyó una rama romperse cerca de donde se encontraba. Luego otra se unió y otra a esta y así se formo una tétrica melodía de pasos a la que se le sumaron un coro de ruidos prevenientes de las gargantas ya secas del grupo de muertos que apareció por su derecha. Pero no parecían haber caído en su presencia. Pasaron cerca de él mientras se escondía detrás del árbol y miro hacia donde se dirigían. Al verlo se llevo un susto de muerte. El grupo de hombres habían encendido la pequeña hoguera que apagaron por la noche. Ahora de día, el humo se veía desde más lejos y había llamado la atención de varios caminantes que se acercaban hacia ellos a paso ligero.
Cuando volvió en si ya se encontraban lejos, a pocos metros del campamento que aquellas personas habían montado. Intento gritar pero ya era tarde. El grito de una de las mujeres del grupo se le adelanto. Uno de los muertos le había mordido en la pierna haciéndola gritar de dolor. El grito despertó a todos los demás hasta acabar silenciado cuando otro de los muertos le dio un fuerte mordisco en la garganta haciéndola callar para siempre.

Los demás se levantaron rápidamente y recogieron sus armas mientras la chica era devorada sin piedad. Todos menos uno de ellos que se mantuvo de rodillas frente a aquel horrible acto con las manos en su cabeza y los ojos clavados en la cara de la chica, ojos que se cerraron cuando tres muertos se le echaron encima. Ni siquiera grito.

Los demás comenzaron a disparar contra ellos mientras lanzaban gritos e insultos hacia todos ellos por haber matado a sus amigos. Estaban tan fuera de sí que no apuntaban bien y los zombis no caían. No conseguían dar en sus cabezas haciendo solo que se enfurecieran más y más. Finalmente acabaron sin munición y comenzaron a correr intentando salvar sus vidas. Uno consiguió huir mientras los otros eran frenados por la espalda mientras una mano semi-deshuesada les sujetaba fuertemente por la ropa y los tiraba hacia atrás para darse un festín.

Mientras todo esto sucedía el se encontraba mirando todo aquello desde la copa del árbol bajo el que paso la noche. Se sentía impotente ante tal situación. Hubiera querido hacer algo, pero sabía que era un suicidio. En cuanto todo se tranquilizo y los muertos volvieron por donde vinieron dejando tras de sí tan solo los restos de las tiendas y los restos de una de las chicas que acabo tan mutilada que no consiguió volver de la muerte.
Reviso el campamento en busca de algún resto de alimento como un ave de rapiña rebusca en los restos de un animal muerto. No consiguió nada y decidió irse de allí lo más rápido que pudo. Le daba nauseas permanecer más tiempo allí.