sábado, 19 de febrero de 2011

Noche ajetreada.

Pistola en mano se adentro en la selva de cortinas que había en la azotea de aquel edificio en pleno centro de la ciudad. La Luna era la única testigo de todo lo que esa noche sucedería, y la única que sabía con certeza que seguiría ahí cuando todo acabara.
Apartando con la mano libre las telas colgadas en las cuerdas para poder avanzar lentamente sin ser oído se acerco a un hombre que se fumaba un cigarro admirando las luces de la ciudad que él creía que decían al cielo “Estamos vivos” cuando realmente le intentaban avisar de su inminente final. Solo se percato de aquello en cuanto vio su propio rostro reflejado en la hoja del cuchillo que le atravesó el pecho antes de caer al suelo y dar un último vistazo a aquellas luces que se evaporaban como arena en el aire.
Con un suave movimiento, saco el cuchillo del cuerpo de la víctima y se volvió a internar entre las cortinas. Limpio el cuchillo en una de ellas, lo guardo a la altura de la cadera y prosiguió su camino lentamente. Al oír el ruido de una puerta abrirse, se agacho y echo un vistazo al frente para ver de dónde provenía. Un hombre de altura media y con gafas había salido a tomar el aire acompañado de un hombre de piel oscura y barba. Ambos se acercaron a la barandilla de la derecha y comenzaron a hablar en un idioma el cual él no entendía. Estaban tan inmersos en aquella conversación que no se dieron cuenta de nada. Lentamente se había acercado por detrás y con sutileza apunto a la cabeza de uno de ellos y disparo esparciendo sus restos sobre el rostro de su amigo quien sin llegar a entender nada de todo ellos cayo al vacio con una bala que había entrado por la mejilla y se había quedado en su cerebro.

Él tenía claro que todos ellos merecían pagar por lo que habían hecho, ninguno de ellos merecían el perdón, y sabia que la justicia de la ciudad no era capaz de ello, solo su propia justicia era digna de estos hombres.

Comprobó el arma y se adentro en el edificio. Bajo las escaleras en plena oscuridad hasta llegar a un largo pasillo. Tan solo unas luces que apenas alumbraban le dejaban ver las seis puertas que habían en el. En una de ellas se encontraba aquel a quien buscaba, y una vez acabado, todo podría seguir su rumbo.
Avanzo lentamente intentando oír algo que le condujera hacia donde se encontrara su objetivo. No fue muy difícil oír la televisión que venía de la tercera puerta. Se acerco y se coloco a su lado esperando encontrar el momento oportuno para entrar. Se oían las voces que le eran familiares, era un anuncio de detergentes, se encontraban en los anuncios. Esperaría a que acabasen y aprovechando el aumento de atención al programa, entraría y acabaría con todo esto. Segundos más tarde los anuncios terminaron y en un suspiro se puso delante de la puerta y la derribo de una patada. Antes que el que se encontraba dentro pudiese asimilarlo, el ya se encontraba a dos pasos de él con la pistola apuntándole a la cabeza. En la cara del dueño del apartamento se podía ver como sus ojos se habían abierto enormemente indicando que reconocía a su agresor, cosa que noto y sintió cierto agradecimiento a no haber sido olvidado como si no hubiera sido importante nada de lo sucedido hasta la fecha. Mantuvo la respiración y afirmo el pulso mientras seguía apuntando hacia su cabeza mientras se oían los llantos y lamentos del hombre que se encontraba sentado en aquel sofá descolorido. Su voz le producía un dolor insoportable en todo su ser que le hacía recordar el por qué se encontraba allí en ese momento, y no era algo que le gustase mucho recordar, eso le enfureció aun mas y comenzó a gritarle con todas sus fuerzas, desahogándose de tanto sufrimiento acumulado que el pelo se le acabo soltando de la horquilla y le recorrió la espalda.

Ella miro por última vez al hombre que acabo con la vida de su esposo y con una lagrima cayendo por su mejilla, disparo una bala cargada de dolor y que esperaba, le traería la paz tras la venganza que tanto anhelaba. El silbido de la bala al atravesar el silenciador fue lo último que aquel hombre oyó antes de caerse del sofá para nunca más volver a levantarse.

Ella desapareció en la noche, y para cuando encontraron los cuerpos, la única que quedo junto a ellos, fue la luz de la Luna.

Entrada.

Hay cosas las cuales se le ocultan, o mejor dicho, se le intentan ocultar a un niño desde que nace hasta que llega a la edad en que es capaz de asimilarlo y llegar a entender el por qué de tales acciones. Todo esto se hace por su propio bien, un bien que le protegerá durante la etapa más vulnerable de toda su vida. A pesar de todo esto, no siempre es la misma familia de estos la que les hace sabedores de tales cosas. A veces son otros los cuales hasta ese momento no conocía, y el hecho de que no hayan sido aquellos en quienes tanto confiaba y a quienes tanto amaba les crea un dolor tan profundo en sus corazones que les dejara una herida durante mucho tiempo. Hay quienes consiguen entenderlo en poco tiempo y perdonan. También los hay quienes no lo hacen en el momento, si no que ser dan cuenta de cuan duro fue el ocultárselo en el momento de hacérselo a sus propios hijos y aunque tarde para algunos, consiguen perdonar. Por ultimo están aquellos que nunca perdonan, aquellos que mantienen una enorme herida abierta en lo más profundo de sus corazones, una herida que nunca cierra creando un odio hacia todos tan grande que proclama una venganza ya no solo contra quienes les ocultaron tan importantes verdades, si no también contra los mismísimos dioses quienes permitieron tales actos.

Hay verdades que es mejor no saber cuando no se está preparado, aunque eso signifique nunca llegar a saberlas.