martes, 27 de julio de 2010

El artefacto 2,10.

Tres días pasaron desde aquello. En donde antes estuvo la Gran Neila, ahora solo quedaban los restos de lo que una vez fue una hermosa ciudad en donde la gente vivía en paz y tranquilidad. Por más que el cielo fuese oscuro, todo brillaba como si los rayos del Sol atravesaran aquella espesa oscuridad.

Muy cerca de allí estaba el campamento montado por los hombres de Tosar en donde todos se encontraban. Para bien o para mal, sumidos en sus propios miedos.

Tosar se encontraba descansando en una de las tiendas. Entro al montarse. Aun sigue allí. En silencio.

En otra de las tiendas se encontraba Ebastel al lado de su amo Awan, quien no había dicho palabra desde aquel fatídico día. Avergonzado por haber dudado de la única persona que le había ofrecido su ayuda. Arrepentido por haber perdido la tierra que se le fue confiada por su padre y que durante tantas generaciones su familia custodio. Haber perdido la vida de todos sus habitantes que ciegamente le confiaron sus vidas.
Se torturaba a si mismo recordando una y otra vez el momento en que su mejor amigo perdía la vida frente a él. Imaginaba miles de formas en que le podría haber salvado, pero el final siempre era el mismo

Lia y Frizt estaban fuera. Hablaban bajo. Nadie se les acercaba.

Aenil estaba fuera también. Sentada sobre una enorme roca. En silencio. Tenía la mirada perdida sobre la palma de su mano. Era como si esperase conseguir algo que nunca llegaría a alcanzar. Luego de un simple parpadeo empezó a cerrar su mano lentamente hasta formar un puño. Un puño sin fuerza. Lentamente empezó a cerrar sus ojos. No quería asimilar lo sucedido. No podía imaginarse un mundo sin él. Empezó a recordar aquellos momentos en los que su felicidad sobrepasos sus límites. Aquellos días junto a él. Días que no se volverían a repetir si llegaba a aceptarlo. Lo negaba. No lo haría. Nunca…



-Mírala, ahí está. – Era una voz familiar.

-¡Mama, mira lo que he encontrado con papa! – Decía la voz de una niña que salto sobre mí.

Al abrir los ojos vi una pequeña niña de ojos verdes. Traía una flor atada a una de sus coletas pelirrojas.

-¿A que es bonita? – Me dijo moviendo la cabeza para que la viera mejor. Pero mis ojos no se fijaron en la pequeña flor de sus cabellos, si no en el hombre que estaba detrás.

-Ri… Rilas… ¿Qué… Que haces aquí…?

-Mmmm… Mostrarte lo que hemos encontrado con Juliet. ¿Acaso pasa algo malo? – Me dijo despreocupado con una pequeña sonrisa.

-¿Co… Como es que… - No me salían las palabras.

-Mmmm… creo que aun no te encuentras muy bien. Estas pálida. Vámonos Juliet, dejemos a mama descansar. – Dijo llevándola fuera de la habitación. – Descansa un poco más. – Me dijo antes de salir y cerrar la puerta.

miércoles, 21 de julio de 2010

El artefacto 2,9.

-¡Corre Aenil, corre! – Gritaba mientras corría hacia la ciudad casi arrastrándola de la mano.

-¡Cuidado! – Me aviso de una explosión a nuestra derecha.

La onda expansiva nos empujo al suelo varios metros. Nunca había visto un demonio así. Tiraba fuego de la boca así como los extintos dragones. Pero no era tan grande como ellos, este apenas tenía mi tamaño, de forma casi humana. Parecía un niño. Pequeños ojos rojos oscurecidos por su piel negra que se asemejaba a escamas.

No nos daba tregua, no teníamos nada que hacer contra él.

-¡Rilas, por ahí! – Dijo señalando una grieta en la muralla de Neila. Nos metimos por ahí intentando huir del ataque. La muralla voló por los aires como si papel se tratase.

-Separémonos – Le dije. – Ve hacia allá, cúbrete en la ciudad. Yo iré por el otro lado. – Sabía que el demonio me perseguía a mí. No podía dejar que ella… corriera peligro.

Nos separamos, y tal como pensé, ella estaba a salvo. Los ataques no cesaban. Tres explosiones cerca de mi me hicieron volar hasta chocar contra una pared de roca.

-Hasta aquí llegas… cuarto. – Me dijo al acercarse. Su voz era como si estuvieran hablando cinco o seis personas a la vez. Era algo aterrador.

-¿Qué quieres de mi? – Le dije mientras escupía sangre que tenía en la boca. Me dolía decir cada palabra.

-¡Alto! No te atrevas a ponerle un solo dedo encima. – Apareció Awan con los hombres de Tosar.

-Mmmm… Atrás señor de la… nada. Esto no te incumbe… de momento.

-¿De la nada? ¡Todo esto me pertenece! Estas son mis tierras y no saldrás de ellas. – Le amenazo.

-Te equivocas... humano.

Mientras hablaba, todos los edificios de Neila comenzaron a evaporarse dejando solo ruinas. Todos los habitantes comenzaron a retorcerse de dolor, gritaban pidiendo ayuda, hasta que una horrible criatura salía de dentro de ellos.

-Estas tierras son mías. – Le dijo el demonio a Awan.

Cientos de aquellas criaturas comenzaron a avanzar hacia Awan y los soldados.

Awan quedo paralizado. No estaba preparado para esto. Perder sus tierras, a su gente, y menos aun frente a sus ojos y de esta manera. Los soldados esperaban una orden, pero almenos de él no la obtendrían.

-¡Prepárense! – Grito Tosar desde atrás.

Al dar la orden y oír el golpeteo de las espadas contra los escudos, una ráfaga de fuego paso sobre las criaturas dejando nada más que cenizas.

-¡Parece que llegamos a tiempo Frizt! – Grito una chica joven pelirroja a lo que parecía un ser mágico.

-¡Rilas! – Grito Awan mirándome. Estaba con la mirada perdida en mi pecho.

Empecé a sentir frio, y al final todo se apago en silencio.

sábado, 10 de julio de 2010

El artefacto 2,8.

Aun lo recuerdo. Aunque cada vez con menos detalles. La brisa del aire sobre mi rostro. El aroma del mar. El sonido de las gaviotas. El calor del Sol por la tarde. El salir a correr por la orilla con mis hijas. El cuerpo de Tsu. La felicidad. Las ganas de vivir. El amor.
Son todas las cosas que poco a poco fui perdiendo tanto yo como todos. Todos perdimos algo. Todos recordamos aquellos momentos. Aquellos días. Todos lo perdieron. A todos se les fue arrebatado… Menos a mí. Lo perdí, pero no me fue arrebatado… Yo acabe con ello.

Cuando el cielo se oscureció, cuando la tierra se marchito, cuando el aroma del mar se convirtió en aroma a sangre, a azufre, a muerte. Cuando todo comenzó.

En el mismo instante en que todo empezó, Tsu y las niñas corrieron a casa. Se encontraban jugando en la orilla. Histéricas. Inquietas. Asustadas. Sin saber qué hacer, que decir. La oscuridad fue avanzando desde el horizonte hasta pasar sobre nuestras cabezas y llegar hacia el otro extremo. Cerramos las puertas, las ventanas. Un miedo de ignorancia nos rodeaba. No sabíamos lo que pasaba, no sabíamos lo que pasaría. No sabíamos nada. Los días pasaron. Se oían gritos, pasos, incluso sonidos que nunca habíamos oído y que no sabíamos de donde o de quien provenían. Tan solo nos limitamos que quedarnos quietos. A hacer la mínima cantidad de movimientos necesarios. Grandes y extrañas figuras nos mostraban sus sombras a través de las maderas que tapaban las ventanas. Nos ignoraban, no sabían que estábamos allí. Y eso estaba bien, estábamos a salvo. Pero en algún momento deberíamos de salir, buscar alimentos, agua. O moriríamos ahí dentro.

No podía hacerlas salir. No podía ponerlas en peligro. Salí solo. Cuando no se oían ya ruidos, cuando ya nada pasaba por nuestras ventanas desde hacía días. No había nadie. Y fue entonces cuando vi por primeras vez el mundo después de la oscuridad del cielo. No quedaban plantas. Los pocos árboles que habían estaban muertos, secos, carbonizados. La tierra tomo un tono rojizo. Era blanda, casi como el barro. En el horizonte se veía humo por todos lados. Grandes y fuertes torres de humo que se juntaban en el cielo.

Cerré los ojos. Deje de pensar. Tan solo necesitaba encontrar comida y volver con mi familia. Pero no había nada. Sin plantas y con los animales muertos por donde se mire, no había nada. Nunca lo habría hecho, pero era necesario. Cuchillo en mano fui y rebane el cuerpo muerto de una vaca. Corte lo suficiente para una temporada. Me aleje más de la casa aun dudándolo. Buscaba el mar, buscaba algo de agua. Aun salada era agua. Pero encontré algo mejor. Encontré un pequeño estanque. Quizás el agua de lluvia acumulada en un hoyo, no lo sabía. Pero no era roja como la del mar. Esta era normal. Así que fui hacia allí. Mientras me acercaba, sentí como se clavaba en mí una mirada. Sentía cerca una presencia, algo que me acechaba. Pero al darme la vuelta y mirar a mi alrededor no había nada. Estaba solo. Me agache y agarre toda el agua que pude. Al darme la vuelta para regresar, algo grande y fuerte se abalanzo sobre mí. Luche durante varios segundos hasta que conseguí sacármelo de encima. Pero no había nada. No lo entendía. Pero tenía tanto miedo que no me importo, corrí de vuelta a la casa. En el camino sentí un fuerte dolor en el brazo, y al mirar detenidamente descubrí un pequeño corte de lado a lado. Como un aro que me rodeaba el brazo. Pero al llegar a la casa el dolor ceso. Pasaron varios días más. La carne no sabía bien, pero se dejaba comer. El agua era lo único bueno. Cada noche sufría fuertes pesadillas. Me despertaba completamente sudado y con un fuerte dolor de cabeza. Tsu y las niñas empezaron a preocuparse a pesar de que yo no le daba demasiada importancia.

Un día entraron. Subieron las escaleras. Yo estaba fuera. A pesar de no querer, me aleje demasiado. No llegue a tiempo. Corrí lo más rápido que pude. Llegue a la habitación y los vi. Tsu y las niñas contra la ventana. Y el ser aquel frente a ellas. Me miraron. Me pidieron ayuda. Tenía demasiado miedo. Cerré la habitación. Siguieron llamándome, pero hui. Hui como un cobarde mientras me llamaban, me seguían pidiendo ayuda. Pero no pude. Me gritaban desde la ventana, veían como me alejaba corriendo. Corrí tanto que deje de oírlas. Las abandone. Yo las mate. No hice nada. Yo soy el monstruo.

-No podías hacer nada – Dijo Aenil. Es alta, de largos cabellos rojizos que ocultaban sus grandes y brillantes ojos castaños.

-¡Si que podía! ¡Podía haberlo impedido! ¡Podía haberlas salvado!

-¡Habrías muerto!

-¡Mejor! ¡Ojala hubiera sido así! Así todo esto no habría pasado. No habría acompañado a aquel chico y quizás todo esto habría terminado ya…

-Eso no lo sabes. Todo lo que paso… quizás tuviera que pasar. Si hubieras muerto no me habías salvado y no estaría aquí en estos momentos. Tu vida no es solo tuya. A todos los que conoces, a todos los que ayudas… Todos tienen una parte de ti. No puedes arrebatárselo así sin más…

Ninguno dijimos nada más. Habíamos terminado.
Ya era de noche. El frio empezaba a dejarse notar. Nos abrazamos para mantener el calor mientras dormíamos.

-Gracias por contármelo. – dijo ella susurrándome al oído.

La noche pasó. El frio se fue. Pero el cielo seguía igual. Vivíamos en una noche eterna.

-Pongámonos en marcha. – Dijo Aenil al verme despierto. Estaba sentada sobre los bolsos.

Nunca estábamos más de una noche en ningún sitio. Ni nosotros ni casi nadie. Era peligroso quedarse en un mismo sitio mucho tiempo. Ellos nos encontrarían. Nunca dejaban de buscar.

-En marcha.

Empezamos a caminar hacia el sur. Alejándonos lo máximo que podamos del norte. Del sitio en donde todo empeoro. Y del sitio en de donde todos los asquerosos demonios salían.
Estuvimos caminando durante horas. Hablando. Aenil me conto que también era madre. O que almenos lo había sido. Su hijo era uno de los soldados de que estaba en Ynos cuando lo atacaron. Cuando lo destruyeron. Yo había estado allí, así que pude contarle lo que sucedió. Como yo y aquel chico conseguimos salir ilesos de aquella matanza.
Solo ella sabía lo de ese chico y yo. Solo en ella confiaba lo suficiente como para contárselo.

-Entonces aquel chico te salvo, ¿Verdad?

-En cierto modo podríamos decir que sí. Me salvo. Estar junto a él era seguro. O eso pensaba.

-¿Eso pensabas? ¿A qué te refieres?

- Bueno… En nuestro camino al norte se nos apareció un…

-¿Un…? –Insistió Aenil a la vez que con el brazo la tire al suelo junto a mí.

-Shhh, calla. Mantente en el suelo, no te levantes. – Le dije en voz baja y señale hacia delante.

De entre la rojiza arena que lo rodeaba todo se veía correr a alguien. Parecía una mujer. Detrás de ella salió un bicho volador.

-Un rastreador. – Le dije.

Aquella criatura era de las peores. Se dedicaban a peinar la tierra en busca de nosotros, y en cuanto nos encontraba, en pocas horas éramos rodeados por esos inmundos seres y acababan con nosotros. Pero cuando encontraba a solo uno… Le perseguía y le soltaba unos asquerosos insectos come carnes. Eran como cucarachas solo que más grandes. No dejaban ni los huesos.

-No mires. – Le dije tapándole los ojos. – Esperemos a que se aleje e iremos por allí. No creo que vuelva por esa zona en un tiempo. Vamos.

Reanudamos la marcha en silencio. No sabíamos que decir después de lo ocurrido. Caminamos hasta que decidimos parar bajo el tronco seco de un árbol. Nos tumbamos.

-¿Hasta cuando crees que podremos seguir así? – Pregunto Aenil.

-No lo sé. Es mejor no pensar en ello. Algún día tendrá que acabar, ¿No?

-Sí. Algún día…- Cerro los ojos.

Caminamos durante días, semanas… Hasta que llegamos a nuestro limite. No teníamos comida ni agua. Estábamos agotados. Pero él se apareció frente a nosotros. Decía llamarse Awan.

El artefacto 2,7.

-¡He aquí la gran Neila! ¿Satisfecho Tosar? – Le dijo desafiante Awan.

Tosar no contesto, simplemente se limito a observar la ciudad. Nunca hasta ahora la información que le era otorgada por sus observadores había sido errónea. Estaba inquieto.

-Debemos movernos, cerciorarnos de que todos están bien. – Le dije mirándole a los ojos.

-Muy bien, de acuerdo. Yo iré al trono, los demás irán por los alrededores. Tú puedes ir a buscarla si quieres. – Me devolvió la mirada.

Asentí con la cabeza y me fui corriendo hasta su casa. Estaba en al parte oeste, a poca distancia de la ciudad. No le gustaban las multitudes.

No tarde en llegar.

Aunque una parte de mi hubiera querido que nunca hubiera llegado, la otra se siente orgullosa de haberlo hecho.




-Señor, todo parece correcto. Todo está en su lugar.

-Muchas gracias soldado, puede retirarse. Y dígales a los demás que descansen.

-¡Si!

Nunca estuve tan aliviado en mi vida. Ver que mi tierra, la tierra de mi padre está a salvo. Es algo indescriptible. Algo único.

-¿Me había llamado señor? – Entro Ebastel.

-Si, viejo amigo, tenemos que hablar sobre lo que haremos a partir de ahora. ¿Mandaste llamar a Rilas?

-Si, mi señor. Pero no consiguen dar con él.

-No importa, dejémosle un tiempo. Empezaremos sin él. – Dije mientras ponía un enorme mapa en pergamino sobre la mesa.

-Disculpe que le interrumpa pero… ¿No quiere que llame al señor Tosar también?

-No – Dije tajantemente. – Después de lo que dijo, no puedo confiar en él. Quien sabe cómo estará después de lo que le paso, y ahora pretendía que creyera que Neila estaba destruida como Deshi… esconde algo.

No respondió.

-Si miramos este mapa y añadimos lo sucedido en Deshi, podemos ver el camino de los demonios. Desde aquí – Señale las montañas del norte. – Han ido bajando hasta Itlih. Todos los pequeños pueblos que se encontraban por el camino fueron ignorados. Desde Itlih saltaron hacia Deshi dejando Neila de por medio. Por mucho que lo mire, no entiendo lo que hacen, en que se basan, que plan siguen. Aparte de estas dos grandes ciudades, también fueron atacadas tres aldeas del este. No tiene ningún sentido. Si pudieron con Tosar, con nosotros pueden de sobra. No tendríamos ninguna posibilidad… El por qué nos saltaron se escapa a mi imaginación.

- ¡Señor, hay fuego en la ciudad! – Entro uno de los soldados de Tosar gritando por la puerta.




-Mierda Frizt, hemos llegado tarde otra vez. Nos llevan ventaja.

-No te preocupes, aun quedan demasiados sellos por encontrar.

-¿Sientes el siguiente? Espero que no ande muy lejos. Quizás podamos llegar antes que ellos.

-Lo siento, si. Se mueve hacia el este, hacia…

-¡Neila! – Grite - ¡La hemos cagado Frizt, era el!