domingo, 16 de enero de 2011

Zombis.

Se despertó cansado. Dio su primera respiración del día cuando sintió el frescor del aire húmedo por la lluvia de la noche anterior en sus pulmones. Por las paredes de la antigua cabaña de madera en la que se encontraba se notaban aun los restos del rocío mañanero que tan normal era en aquella zona. Todo estaba tranquilo allí dentro. No podía ver lo que ocurría fuera. Las ventanas estaban completamente empañadas por la diferencia de temperatura entre fuera y dentro de la cabaña. Aun tenía legañas en los ojos que se quito con la manga de su abrigo. Estaba bañado en sudor, llevaba varios días con la misma ropa y nunca se la quitaba. No sabía cuando tendría que abandonar el lugar por algún inminente ataque y sabia que solo tenía lo que llevaba encima, si lo perdía sus oportunidades de escapar serian prácticamente nulas. Ya se había acostumbrado a su olor, el de fuera era otra historia.

Se levanto y busco en los muebles de la cocina alguna lata con algo de comida. Había pasado ya mucho tiempo desde que todo empezó, toda la comida se había echado a perder salvo las enlatadas. Las latas se mantenían en perfecto estado mientras permanecieran cerradas y su fecha de caducidad era muy alentadora. Aun así algún día se acabaría por echar a perder. Pero se decía así mismo que sería en un futuro bastante lejano, y para entonces esperaba que todo se hubiera arreglado.
Encontró una lata de melocotones en almíbar en uno de los estantes detrás de una caja de cereales con no muy buen aspecto. Abrió la lata con un cuchillo que había en uno de los cajones, la abrió con mucha delicadeza, los miro con ojos vidriosos llenos de esperanza y lentamente se los fue comiendo deleitándose con cada hermosa sensación que le daba aquel sabor a fruta fresca. Hacía ya dos días que no comía y esto le resulto el paraíso. No dejo ni el líquido en el que nadaban, se lo bebió todo. Maldijo el no poder comer el metal de la lata. El mundo estaba lleno de metal ya inservible y no de comida. La única comida estaba oculta, ya fuera en latas o como él en una cabaña, solo que la segunda no era para él, si no
para los que se encontraban fuera. En cierto sentido le hizo gracia. El buscaba comida enlatada y ellos también, solo que sus latas eran cabañas o casas y traían muchas más comida consigo.

Acabo por sacarse los restos de las legañas que aún le quedaban en los ojos y noto que una línea le recorría la mejilla desde los ojos hasta la barbilla. Una línea que atravesaba su sucio rostro dejando ver la piel en su verdadero color. Aun no había superado todo aquello, aun lloraba por las noches, inconscientemente, pero lloraba. Estaba claro que aun no lo había superado del todo.

Lentamente recogió todas sus cosas, que no eran muchas. Solo tenía la ropa que llevaba puesta que le ayudaba a mantenerse caliente en esta época de frio y lluvias, su cartera con un ya inservible dinero y la foto de él con su esposa e hijos, el cuchillo que encontró para abrir la lata y una pequeña linterna de mano que se estaba quedando ya sin pilas. Tardo unos segundos en poner en marcha su mente convenciéndola de que debía hacerlo y abrió la puerta.
Fuera era todo tal cual lo dejo el día anterior. Se encontraba en medio de un bosque con un pequeño lago a su derecha y la carretera a unos pocos kilómetros a la izquierda. El coche del dueño de aquella cabaña aun estaba allí pero no funcionaba. Se había pasado la tarde anterior intentando ponerlo en marcha, pero no tenía ni idea de cómo. Fue en ese momento en el que se arrepintió de no haber hecho caso a su padre y quedarse con el taller en vez de irse a la ciudad a estudiar abogacía. Escucho la voz de su padre diciéndole “Te lo dije”, cosa que le hizo crear una pequeña sonrisa sarcástica en su rostro.

Se cercioro de que no había ninguno de aquellos cadáveres ambulantes por la zona y comenzó a andar hacia la carretera. Hace un tiempo no lo habría notado, pero con todo lo sucedido desde que todo esto empezó, ya podía oírles a cierta distancia. Eran bastante torpes y hacían demasiado ruido al caminar, al menos los que aún conservaban las piernas, los que no eran otro cantar.

Llegando a la carretera escucho ruidos de motor. De motos se decía a sí mismo. Se acerco un poco y se escondió tras unos arbustos. Era bueno oír que aun quedaban personas vidas a parte de él, pero debía ser cauteloso.
Cuando todo comenzó, la gente perdió el control. Se formaban bandas y asaltaban las tiendas. Mataban por un trozo de pan. El caos se apodero de las calles, se mataban los unos a los otros, bandas contra bandas. Esto sin contar cuando se mataban entre sus propios miembros. La gente se escondía en sus casas con miedo a salir. Ya tenían suficiente con que los muertos se levantasen y mataran a todo aquel que alcanzaban como para encima tener que preocuparse también de los supervivientes. Y esto acabo en poco tiempo. Esto era como aquella frase del lejano oeste: “Aquí solo hay sitio uno de nosotros dos”. Los zombis tomaron estas palabras como un testamento de la biblia y acabaron con las bandas y con todo aquel que se interpuso delante. La policía no
supo que hacer frente a todo esto, no estaban preparados y cayeron fácilmente. Algunos se atrincheraron en sus propios cuarteles y aguantaron varios días. Pero finalmente cayeron. Estaban encerrados como sardinas en su lata. No se podía resistir durante mucho tiempo el asalto de los muertos. Ellos nunca descansaban, nunca cesaban, siempre eran más y más.
En las grandes ciudades se refugiaron todos cuantos pudieron con la esperanza de que el ejercito les ayudaría a mantenerse vivos. Y así fue al menos durante los primeros meses. La calma llego a las ciudades, los militares conseguían protegerles. Pero todo acabo. Una madre no puede negarse a su hijo, un hombre no puede olvidar a su esposa, o amigos. Nunca se sabrá, pero de algún modo uno de los caminantes consiguió atravesar el
perímetro. No importa cuán grande sea la cantidad de gente que forme el grupo de refugiados, con que solo uno de estos consiguiera entrar todo se acababa. Este mordía a uno y este otro a otro hasta acabar con todos en cuestión de horas. La ciudad se convirtió en un ejército de muertos vivientes que mataban a cualquiera que se internase en ella en busca de protección. De este modo cayeron cientos de personas. La ciudad había sucumbido a ellos, pero no la señal de radio que prometía protección y comida, una trampa mortal.

No podía dejarse ver por aquellos hombres hasta estar seguro de que no eran un peligro para su seguridad, así que los siguió durante un rato para asegurarse de que eran gente de fiar.

Una vez llegada la noche y haber visto durante el día que eran buena gente, decidió ir a dormir y acercarse a ellos por la mañana. A pesar de costarle horrores, consiguió cerrar los ojos y dormir. Nada de lo que vio en sueños es merecedor de ser relatado.

Se despertó con la cabeza mojada por el césped en el que se encontraba. Las hojas del árbol bajo el que dormía le habían despertado al caer sobre su cara. Se levanto y decidió acercarse a ver si aquellas personas habían despertado también y presentarse. Cuando dio el primer paso oyó una rama romperse cerca de donde se encontraba. Luego otra se unió y otra a esta y así se formo una tétrica melodía de pasos a la que se le sumaron un coro de ruidos prevenientes de las gargantas ya secas del grupo de muertos que apareció por su derecha. Pero no parecían haber caído en su presencia. Pasaron cerca de él mientras se escondía detrás del árbol y miro hacia donde se dirigían. Al verlo se llevo un susto de muerte. El grupo de hombres habían encendido la pequeña hoguera que apagaron por la noche. Ahora de día, el humo se veía desde más lejos y había llamado la atención de varios caminantes que se acercaban hacia ellos a paso ligero.
Cuando volvió en si ya se encontraban lejos, a pocos metros del campamento que aquellas personas habían montado. Intento gritar pero ya era tarde. El grito de una de las mujeres del grupo se le adelanto. Uno de los muertos le había mordido en la pierna haciéndola gritar de dolor. El grito despertó a todos los demás hasta acabar silenciado cuando otro de los muertos le dio un fuerte mordisco en la garganta haciéndola callar para siempre.

Los demás se levantaron rápidamente y recogieron sus armas mientras la chica era devorada sin piedad. Todos menos uno de ellos que se mantuvo de rodillas frente a aquel horrible acto con las manos en su cabeza y los ojos clavados en la cara de la chica, ojos que se cerraron cuando tres muertos se le echaron encima. Ni siquiera grito.

Los demás comenzaron a disparar contra ellos mientras lanzaban gritos e insultos hacia todos ellos por haber matado a sus amigos. Estaban tan fuera de sí que no apuntaban bien y los zombis no caían. No conseguían dar en sus cabezas haciendo solo que se enfurecieran más y más. Finalmente acabaron sin munición y comenzaron a correr intentando salvar sus vidas. Uno consiguió huir mientras los otros eran frenados por la espalda mientras una mano semi-deshuesada les sujetaba fuertemente por la ropa y los tiraba hacia atrás para darse un festín.

Mientras todo esto sucedía el se encontraba mirando todo aquello desde la copa del árbol bajo el que paso la noche. Se sentía impotente ante tal situación. Hubiera querido hacer algo, pero sabía que era un suicidio. En cuanto todo se tranquilizo y los muertos volvieron por donde vinieron dejando tras de sí tan solo los restos de las tiendas y los restos de una de las chicas que acabo tan mutilada que no consiguió volver de la muerte.
Reviso el campamento en busca de algún resto de alimento como un ave de rapiña rebusca en los restos de un animal muerto. No consiguió nada y decidió irse de allí lo más rápido que pudo. Le daba nauseas permanecer más tiempo allí.