lunes, 28 de marzo de 2011

Dientes.

Frente a la puerta se quedo parada esperando. El suelo temblaba bajo sus pies sin cesar. Trozos de pared caían y rebotaban en el suelo. Trozos del techo. Cada vez más grandes. El temblor aumentaba al paso del tiempo. Las gotas de sudor se mesclaban con los trozos del lugar. A cada segundo la habitación iba desapareciendo. Las pequeñas grietas se convirtieron en enormes agujeros a la nada más profunda. Al final los pasos detrás de la puerta se detuvieron. Ya no había paredes. Ya no había un techo bajo el que protegerse de la lluvia. Ya solo estaba ella parada en una enorme oscuridad, sobre un gran vacío que engullía todo avispo de esperanza que pudiera haber tenido. Aun así llovía, de ningún lado, tan solo llovía. En toda aquella oscuridad solo se veía la puerta frente a ella. Intacta. Imponente. Su mirada se centro en ella, no había nada más que mirar. Lentamente comenzó a abrirse como si una suave brisa la empujara hacia dentro. La oscuridad comenzó a escapar por la pequeña abertura hasta dejar todo completamente iluminado. Las ruinas de lo que había sido una pequeña casa en medio del campo la rodeaban. Trozos de cristal, de los muebles y de fotografías en el suelo hacían de alfombra de bienvenida a quien había abierto la puerta. Aquel que a cada paso que daba el suelo temblaba destruyéndolo todo. Sin poder soportar el poder de su mera presencia la chica cayó de rodillas al suelo sin poder levantar la mirada. Pequeños sollozos fueron creciendo hasta convertirse en verdaderos llantos de dolor e impotencia. Pequeños ríos de lágrimas caían de sus ojos hasta sus rodillas formando pequeños lagos bajo ella en donde se podía ver reflejado el rostro del dolor. El dolor de aquel que ya lo había perdido todo. De quien se daba por vencido. Quien tiraba la toalla.
El suelo comenzó a temblar mientras la gran criatura de imponente armadura se acercaba a ella. En la pequeña rendija del casco se podía apreciar una mueca de superioridad. Se detuvo delante de ella, la sujeto con una mano del cabello y la levanto hasta casi si cabeza. No llegaba a tocar el suelo. El rostro de la niña estaba completamente rojo del dolor que sentía en su cabeza. No tenía fuerzas para oponer resistencia. Su mirada seguía clavada en el suelo. Los ojos se volvieron rojos, se le secaban, no tenía ya más lágrimas que derramar.

-Nadie se escapa pequeña. ¡Nadie!

La niña no respondió. No levanto la mirada.

-¿Crees que no te queda nada? ¿Qué no tienes nada que perder? – Le dijo lentamente sin emoción alguna.

Comenzó a mover su otra mano hasta apoyarla sobre una pequeña rendija en el pecho de su armadura.

-Te mostrare la verdadera desesperación pequeña. – Al acabar esas palabras tiro de la rendija y abrió su coraza.
La niña con la poca fuerza que le quedaba levanto un poco la cabeza para ver en su interior. Sus ojos se abrieron de par en par. Intentaban salirse de su cara. Tanta era la fuerza con la que los abría, tanta era la fuerza con la que gritaba que la criatura comenzó a reír. Al no tener ya lágrimas que derramar, comenzó a llorar sangre, lo cual hizo que la enorme criatura se riera aun mas haciendo que el cadáver dentro de sí se tambaleara. Sam, el niño al que conoció en aquel pueblo, el niño que junto a su familia le dio un techo bajo el que dormir durante todo este tiempo se encontraba ahí dentro. Destrozado. Apenas se le podía reconocer si no fuera por la pequeña cruz que colgaba de su estrujado cuello. No, se dijo a sí misma, ese no es él, ya no. Aquel era el fruto de su irresponsabilidad. Sabía que no la dejarían huir así sin más. Sabía que la buscarían. Sabía que esto pasaría. Fue estúpida al creer que aquella paz de la que disfruto duraría para siempre, que no la encontrarían. Siempre lo hacen. Sin descanso. Todo esto no era culpa de ellos. Todo el caos y muerte que ahora les rodeaban, todas esas torres de humo que cubrían el cielo no es culpa de ellos. Era su culpa. Ella los había traído hasta aquí. Ella hizo que los mataran. La verdadera cara de la desesperación estaba reflejada ahora en su rostro.

-¿Le habías ayudado a escapar verdad? Muy noble de tu parte, aunque desafortunadamente para el no salió bien. Si hubieras visto su rostro al vernos tras de sí, al ver cómo le rodeamos… Qué bien nos lo pasamos con él. Esas lágrimas, esos gritos de socorro. Si vieras como movía su cuerpo mientras le comíamos, como el hilo de su voz se iba apagando poco a poco a medida que nuestros dientes se clavaban en su tierna carne... – Se detuvo al sentir como le temblaba la mano. - ¿Tiemblas pequeña? Está bien, deberías. Lo que te espera a ti será mucho peor en cuanto lleguemos. Y pensar que eras su preferida.

El temblor se extendió a su brazo. La pequeña temblaba fuertemente mientras seguía sujeta sobre el suelo. Su mirada estaba clavada en los restos de la cara de aquel niño.

-¿Qué crees que haces niña? – Le pregunto. Al acabar de hablar el temblor avanzo y le recorrió todo su cuerpo. Apoyo a la niña en el suelo. Ya no podía mantenerla en el aire. Le pesaba demasiado. La soltó y cayó al suelo de rodillas. Apoyo las manos para sujetarse aplastando los vidrios de las ventanas. Le sangraron las manos, pero no mostro atisbo de dolor. Seguía temblando, y con ella todo a su alrededor.
La criatura retrocedió varios pasos hacia atrás sin comprender lo que pasaba. Al dar un cuarto paso, la niña levanto la mirada hacia él, sujeto un gran trozo de cristal y salto hacia él. Puso los brazos delante para defenderse. Inútilmente. Los atravesó con el cristal haciéndolos caer a sus pies. No tuvo tiempo a gritar por el dolor de sus brazos perdidos, su rostro fue atravesado por el cristal atravesándole hasta salir por la parte de atrás de la cabeza. Lo último que vio fueron los ojos de la niña. Aquellos no eran sus ojos.