jueves, 25 de febrero de 2010

Mejor saber.

La sirenita huele a pescado y tarzan tiene hongos.

lunes, 22 de febrero de 2010

Las 2:30.

Tantas cosas que mirar, tantas formas de verlas, de formas de ser, de estar. Van y vienen. No se encuentra sentido y comienza a caer.
Tiene su gracia el pensarlo, o al menos el intentar pensarlo ya que no es fácil de entender. Su naturaleza es así. Inevitablemente te evita. Te esquiva, se aleja. Tantas horas tiradas a la basura pensado en lo mismo sin tener la seguridad de llegar a algún fin, a alguna meta. Sin haber hecho nada mas que pensarlo, de imaginar como seria el hecho de llevarlo a la realidad.
Metiendo un pie en la realidad, pisando hondo, pisando fuerte hasta dejar marca.

domingo, 21 de febrero de 2010

:D.

Tenia que hacerlo xD

Estado.

¿Que estas haciendo? ¿Por que? Mírame. A la cara. Mejor...

miércoles, 17 de febrero de 2010

Peligro.

Escopeta en mano me enfrente a la lampara.

martes, 16 de febrero de 2010

Cadena.

Aspirar, barrer el polvo, ensuciar y volver a empezar.

Ejercito.

¿ Construirías un muñeco de nieve aun sabiendo que podría tomar vida?

jueves, 11 de febrero de 2010

El artefacto 2.

-Creo que no deberíamos hacer esto Awan. No deberíamos molestar a los Deshi.

-¿Qué te pasa Rilas? ¿Te echaras atrás ahora? Sabes perfectamente que necesitamos estas tierras. ¿O acaso prefieres morir de hambre sin más? - Los ojos de Awan se clavaban cada vez más en mí a medida que alzaba la voz.

-No es eso… Es solo que… debería de haber otra manera…

-No la hay. Y mientras sea así este es el camino que debemos tomar. Así que calla y vamos.

La orden estaba dada. Necesitábamos las tierras de los Deshi para poder sobrevivir. Las nuestras ya no daban alimentos mientras que las de ellos sí. Obviamente sabíamos que no sería algo fácil de conseguir, y menos con su Rey. Un hombre de lo mas bruto, un bárbaro. Es un hombre enorme, con más de dos metros de altura. Dicen que se volvió Rey al matar a su predecesor junto a toda su guardia. Un hombre al que conviene temer. Los hombres de estas tierras no son nada normales por así decirlo. En estas montañas rige la regla del más fuerte. Y como tal, se debe andar con suma cautela. Muchos otros han muerto en estas tierras. Pocos se atreven a venir. Si no fuera por la escases de alimentos, ni yo ni Awan pisaríamos un metro de estas montañas.

-Todo esto me da muy mala espina Awan. – Dijo Ebastel. Un hombre corpulento de unos casi cuarenta años. Su rostro arrugado dejaba entrever varias heridas de todos los combates por los que paso contra los demonios para defender la casa. Era el capitán de nuestra guardia. Detrás de él se veían a todos los soldados que nos escoltaban hacia la casa de los Deshi. – Todo este silencio no es bueno mi Señor.

-Lo sé viejo amigo, lo sé. Y el frio no ayuda en lo más mínimo. Es como si todo estuviese en nuestra contra. Pero ya lo sabes Ebastel, quien se oponga a mi caerá bajo mi espada.

-Muy cierto mi señor. – Su rostro cambio hacia uno mucho más seguro de sí mismo. Una simple palabra de Awan bastaba para tranquilizarle.

Seguíamos avanzando a la vez que la tormenta de nieve crecía. Los arboles que nos rodeaban ya habían desaparecido. No se podía ver a más de tres o cuatro metros de distancia. La tensión aumentaba a cada paso. Se sabía que los Deshi no permitían la entrada de nadie en sus tierras y que eran los únicos que podían moverse libremente por ellas sin ser molestados por el mal tiempo.

Poco a poco la visibilidad se fue aclarando hasta que llegamos a un claro.

-¡Al fin se acabo esa maldita tormenta helada! Se me estaban congelando hasta los huesos. – Dejo salir Awan. – Venga viejo amigo, dile a tus hombres que descansen un momento. Pronto seguiremos nuestro camino.

-Como usted diga. – Dijo el viejo capitán mientras se daba la vuelta para darle las noticias a sus hombres. Pero su rostro cambio. Era el rostro del miedo. - ¡Señor! ¡Los hombres! ¡Los hombres no están!

-¿Pero qué…?

-Deben de haber sido los Deshi. Nos deben de haber encontrado y aprovecharon la tormenta para atacarnos sin que nos diéramos cuenta. – Les dije. Estaba seguro de que era lo que había pasado. Ellos no dejaban entrar a nadie, y menos a un ejército armado como el nuestro.

-¡Malditos sean! Ese maldito Tosar se va a arrepentir de esto… ¡Rápido! ¡A los caballos! – Grito furioso mientras se subía a su montura y salía disparado hacia el bosque.

Le seguimos. Nos adentramos de nuevo en el bosque. Ahora que no había tormenta, se podía ir más rápido.

Llegamos en poco tiempo. Después de siete días de tormenta, habíamos llegado.

Estábamos frente a las puertas de la casa de los Deshi. Awan se bajo del caballo, dio varios pasos y se coloco frente a la gran puerta. Su figura mostraba fuerza e imponía respeto. Su armadura brillaba bajo la luz de Sol.

-¡Sal maldito cobarde! ¡Yo, Awan, señor de la casa Neila te ordeno que salgas y respondas ante tus cobardes acciones! – Grito a todo pulmón. Su voz aun resonaba en el bosque al rato de haberse callado.

Estuvimos ahí parados, frente a la gran entrada, esperando. Temblábamos del frio. Todos. Todos menos él. Awan estaba bajo la puerta. No temblaba, no sentía el frio en su cuerpo. Llamaba al señor de los Deshi.
Exigía respuesta.

-¡Qué salgas te digo! ¡Bastardo cobarde! – Empezó a toser. Ya apenas podía levantar la voz, y eso le enfurecía aun más.

De pronto unas lanzas se alzaron desde lo alto de la puerta. Y bajo ellas aparecieron unos soldados. No eran más de unos veinte o veinticinco. Y de entre ellos salió un hombre. Era mucho más grande que aquellos soldados. Demasiado. Y ese no podía ser otro más que Tosar, el señor de la casa Deshi.

-¿Quién osa venir a mis tierras? – Hablo con una voz enormemente grave que se oyó por todos los alrededores. Una voz que dejaría helado a más de uno, pero no a Awan.

-Al fin sales maldito…

-¿Vienes a mis tierras y encima tienes el valor de faltarme el respeto? Valor no te falta. Dime tu nombre.- Le dijo mirándole desde arriba.

-Soy Awan, señor de la casa Neila. – Le dijo mirándole a los ojos.

-¡¿Awan?! ¡Ja! Y yo que pensaba que era alguno de esos clanes de pacotilla que venían a reclamar mis tierras ahora que nos encontramos en clara desventaja – Le interrumpió.

-¡Calla! ¡Pagaras por lo que le has hecho a mis hombres! – Volvió a tomar el timón de la conversación.

-¡¿Tus hombres?! No sé de qué me hablas Awan. ¿Crees que estoy en condiciones de atacar a alguien? Ni siquiera podemos defendernos.

-¿Qué estás diciendo? – Le pregunto.

-¿Acaso no lo sabes? Nos atacaron. Esos malditos demonios nos atacaron. Nos masacraron en un abrir y cerrar de ojos. Estos que ves son los únicos que sobrevivimos. Almenos nos encontramos en la misma situación, ¿Verdad? – Le dijo.

-¿Misma situación? ¿De qué hablas? – Le pregunto. No entendía de qué hablaba.

- ¿De verdad no lo sabes? Así como a nosotros nos atacaron, a ustedes, los Neila fueron los que nos siguieron. Tan solo hace siete días de aquello… ¿Cuánto hace que salieron de Neila? – Acabo preguntándole.

A Awan apenas le salían las palabras – Diez… diez días…- Nunca había visto a Awan así, tan impotente ante la situación. Siempre parecía controlarlo todo. Pero ahora era la situación la que lo controlaba a él. Cayó al suelo de rodillas. No podía levantarse. Tampoco quería. No apartaba la mirada del suelo.

De pronto las puertas se abrieron. El enorme Tosar se acerco a él y le extendió la mano. Era mucho más grande de lo que creía.

En medio de las montañas, donde ya no quedaba nada. Dos hombres ya señores de nada, se encontraron cara a cara.
Así fue como todo empezó.

martes, 2 de febrero de 2010

Extraño.

Mirando al cielo se pregunto cómo sería todo si fuera diferente. Intentaba imaginarse como seria el mundo si él no estuviera, o como seria el mundo si las cosas le hubieran ido mejor, mucho mejor.

Se vio a si mismo frente al espejo. Así mismo en la cocina, en el parque con un arma. Fuego, gritos y silencio.
Se vio a sí mismo en el mercado. Se veía en su antiguo instituto. Siempre se devolvía la mirada. Estaba siempre de pie. Los sitios cambiaban sin parar, pero él se mantenía de pie, inmóvil. Nada separaba sus miradas. Entre ellos solo el tiempo se interponía, el espacio, la nada. Sus palabras caían al suelo como rocas, no llegaban al otro lado. Pronto un mar de palabras les rodeo.

Se encontraban en el cielo. El uno frente al otro. Hacia frio.
Salió a tomar el aire, no se sentía bien allí dentro. No pudo volver a entrar. Comprendió que no se puede huir de la realidad.