jueves, 28 de octubre de 2010

Dentro.

Dentro era oscuro. La poca luz que entraba desaparecía entre la negra sombra de las paredes de la cueva. De las húmedas rocas caían gotas del lago sobre el que estaba que hacían resonar un eco que acababa mas allá de lo que nuestros ojos nos permitían ver.
Ninguno de nosotros pronunciaba palabra. Lo único que había en nuestras mentes eran las palabras de nuestro señor que nos ordeno salvar a su preciada hija menor. Nadie nunca la vio salvo unos pocos elegidos. Dicen que su hermosura es tal que con solo una mirada apago la ira entre Amil y Solvo, la llama de un odio que llevaba encendida más de 400 años.

Y hace cuatro días desde hoy, fue raptada por los bandidos que habitan estas cavernas. El solo pensar en que seres humanos vivan en este sitio explica el cómo están tan locos para hacerle algo así al señor. A medida que avanzamos, el eco de las gotas al caer y el movimiento de nuestras armaduras iba disminuyendo. No estábamos acercando al final del camino.

Una luz verde se empezó a vislumbrar al final. Se reflejaba en las rocas entonando la cueva en un verde casi mágico. Al acercarnos, lentamente fuimos desenfundando las espadas y preparados para lo que hiciera falta. Paso tras paso nuestra respiración era más agitada, nos movíamos más lentos. Nunca habíamos ido a la batalla desde que fuimos instruidos, las gotas de sudor caían por todo nuestro cuerpo. Estábamos alertas hacia lo que pudiera salir por delante, la luz era muy fuerte dentro de los pasillos de la cueva, no podíamos ver lo que había al final. Y eso no era bueno, nuestra atención se centraba completamente en lo que teníamos delante, sin ver por debajo. A mi izquierda estaba Jar, le conocí en las salas de entrenamiento, era muy bueno con la espada, mejor que nadie que hubiera visto nunca. Tenía dos hijos y una amable esposa. Tres segundos bastaron desde que dio su último paso con el pie derecho accionando una baldosa trampa y cuatro lanzas salieron del suelo atravesándole el pecho. Tres segundos bastaron para arrancarle un padre a dos niños, tres segundos para acabar con su vida y parte de los que le rodeaban.

Detrás de mi estaba Dali, una hermosa morena, sobrina de uno de los herreros de la corte. Sostenía en sus manos una de las espadas que llevaban los soldados personales del señor. De nada le sirvió para detener el miedo ante semejante escena o para evitar los gritos de miedo que luego arrojo contra el cuerpo inerte de Jar.

Por delante iba Elif, era el hermano mayor de Dali. Llevaba un hacha que fácilmente medía el doble que su estatura. Era el que estaba a cargo de nosotros. Apenas se le veían unos pequeños ojos rojos entre toda la pesada armadura que llevaba sobre si. Se dio la vuelta, se acerco a Dali y la sacudió fuertemente tirándola al suelo para devolverla en sí. Luego retomo su posición y empezó a caminar como si nada hubiera pasado. Le seguimos.

Finalmente llegamos hasta el final de la cueva. No era tan grande como me esperaba. Era casi redonda, con no más de cuatro metros de altura. En el centro se encontraba un pequeño espacio recubierto de unas sabanas gruesas color azul oscuro, y sobre él un cristal verde que flotaba en el aire que desprendía una fuerte luz verde por toda la sala. En cada extremo se podía ver los restos de los bandidos. Todos fueron mutilados allí mismos

Elif avanzo hacia el centro de la sala cuando cayó redondo al suelo. Su cuerpo se desplomo completamente. Sin decir una palabra, sin hacer ni el mas mínimo ruido. Simplemente dejo de moverse.

Dali y yo cruzamos nuestras miradas. Sus ojos estaban a punto de salirse de sus orbitas. Tenía una mirada tan llena de miedo que me hacia olvidar que era capaz de hacer una sonrisa como a la que nos tenía acostumbrados. De golpe empezó a gritar. Unos gritos fuertes y penetrantes que resonaban por toda la sala y que de alguna forma interactuaban con el cristal, el cual empezó a disminuir y aumentar la luz que desprendía a la vez que subía o bajaba la fuerza de los llantos de Dali.
Sin pensar en nada, me acerque lentamente hacia el cristal. Cada paso era más pesado que el anterior, me costaba cada vez mas respirar, la mirada se me nublaba a medida que me acercaba. Hasta que llegue a estar a tres pasos de él y caí al suelo de rodillas. Me mantenía en esa posición apoyando el peso sobre mi espada. Lentamente fui estirando el brazo hasta tocar las sabanas con mis manos. Eran de una seda muy gruesa. Cerré el puño y tire hacia abajo.
Levante la vista y vi el altar de piedra que había detrás de aquella sabana. Parecía muy antiguo, lleno de polvo y de una enredadera que lo rodeaba por todos lados que salía de debajo del suelo y de la cual nacían unas hermosas flores rojas y blancas. Más bien, un líquido rojo caía del altar y era absorbido por las flores que tomaban su vivo color.
Entre el contraste de unas hermosas flores por delante y unos llantos de dolor y desesperación por detrás, me levante ayudándome de mi espada para ver la superficie del altar.
Entonces lo vi. Era la hija de nuestro señor. Había sido cortada en trozos, y su hermoso rostro del cual tanto se hablaba había sido mutilado a golpes hasta dejarla irreconocible y su sangre coloreaba las flores que se encontraban bajo ella.

Sin más, el llanto de Dali se apago y cayó desmallada al suelo habiendo alcanzado su límite. La luz del cristal volvió a estabilizarse y mis fuerzas volvieron permitiéndome ponerme de pie. Estuve varios segundos observando el cristal intentando olvidar la imagen de la joven niña del altar cuando la luz se hizo más fuerte haciéndome retroceder varios pasos y casi perder el equilibrio. La luz se había concentrado en solo un lado del cristal, el que estaba delante de mí. Como si me observara. Empezó a tambalearse en el aire, a hacer ruidos extraños hasta encoger en algo no mucho más grande que mi mano. Cuando quise darme la vuelta y salir de allí me di cuenta de que no podía. Estaba paralizado. El cristal seguía moviéndose en círculos hasta que su sonido se apago delante de mí y con un rápido movimiento se clavo en mi pecho.
No sentí ningún dolor. Y caí al suelo.

No recuerdo nada más de aquello. Tan solo despertar en uno de los calabozos. Según uno de los guardias estaba allí por secuestrar y asesinar a la hija menor del señor y quitarles la vida a dos soldados. Junto a mi estaba Dali con la mirada perdida en mi pecho.

-¿Lo recuerdas verdad, lo que ese cristal les hizo? – Me dijo con una voz suave y tranquilizadora.

-¿El qué? – Le pregunte intentado atraer su mirada a mis ojos.

-Se… Se los llevo… Se los llevo a todos… Y ahora… Los traeré… De vuelta… - Con un tono completamente diferente se acerco a mí a rastras con la mirada aun perdida en mi pecho mientras sacaba un pequeño cuchillo de debajo de sus ropas.

viernes, 1 de octubre de 2010