miércoles, 27 de julio de 2011

Sky city.

-¿Cómo esta todo por aquí? – Pregunto el soldado que se acerco caminando.

- No te había visto llegar. – Suspiro el que estaba sentado sobre el banco. – Una de las pocas noches tranquilas. Nada de momento. Una guardia aburrida, aunque las prefiero así.

- Ya te digo. Pocas noches como estas hay, mejor disfrutarlas. – Se acerco al otro y le levanto tendiéndole la mano. – A dormir, ya me quedo yo el resto de la guardia.

-Venga, nos vemos mas tarde. – Le respondió mientras se alejaba y le saludaba con la mano.

El otro soldado se sentó en el banco, apoyo la cabeza contra la pared y dio un suspiro mirando hacia el cielo. La pared era dura, oscura y con un pequeño musgo que le crecía por todas partes debido a los años. Eso la hacía algo más cómoda.

-Mierda… - Dijo en voz baja cuando una fuerte ráfaga de viento casi apaga la pequeña fogata que tenía delante. Se levanto y la cubrió del viento con un trozo de cartón que había en el suelo.
Antes de volver a sentarse, un pequeño destello en una de las armas le llamo la atención. Se fue acercando paso a paso lentamente para no caer por el angosto pasillo hasta llegar al arma que estaba enganchada a la punta. Todo lo que le rodeaba era un precipicio oscuro sin apenas espacio para moverse. Aquel era de las zonas de guardia más pequeñas de toda la ciudad. Varios habían caído por ahí, pero no en una noche como aquella, en las noches tranquilas nunca nada pasaba, solo en las demás, las peligrosas.
Un débil ruido llamo su atención. Venía desde abajo. Se agarro firmemente al arma con una de sus manos, con la otra sujetó los binoculares que tenia colgando del cinturón y se dejo caer lentamente hasta poder ver hacia abajo.
Todo lo que vio fue un paramo desierto. El mismo de todos los días. Nada más que rocas y arena y tierra rojiza.

-No hay ni rastro de ellos, menos mal… - Dijo para sí mismo mientras se levantaba y volvía a ponerse de pie y dejo escapar otro suspiro. – Era cierto que era una noche tranquila al final. Y si no tú nos protegerías ¿Verdad? – Le pregunto al arma a su lado mientras sonreía. Una sonrisa que no tardo mucho en apagarse ya que sabía lo que aquello significaba. A las noches tranquilas como aquellas siempre les seguían noches tormentosas, noches difíciles.

sábado, 16 de julio de 2011

Kamisama dolls.

martes, 24 de mayo de 2011

P.

-Bienvenido. – Le dijo una mujer de hermosos cabellos finos del color de la luna que brillaban bajo su luz. – Hace tiempo que esperábamos tu llegada Arturo.

Arturo miro a su alrededor. Se encontraban en un bosque. Rodados de arboles sin hojas y secos que crujían al interponerse a un leve viento que poco a poco intentaba crecer en vano. Bajo sus pies apenas se veía el césped entre todas las hojas caídas. La Luna estaba llena y todo estaba cubierto de un color triste y melancólico.

-¿Dónde estoy? – Pregunto Arturo a la joven mujer.

-Este es tu hogar ahora. Tu nueva casa.- Arturo intento responder pero no pudo. Acabo cautivado por los enormes ojos grises de aquella mujer. Aquella belleza no era real pensó, pero aun así no podía evitar el quererla, el poseerla para sí. – Ven, es por aquí. – Le señalo un pequeño camino entre las hojas. A lo lejos no se veía nada más que el bosque. – No queda muy lejos, un par de minutos y llegaremos a un pequeño rio, lo atravesaremos y llegaremos. – Intento tranquilizarle.

A medida que avanzaban, Arturo comenzó a fijarse más en aquel lugar. Todo era muy extraño. No sabía como había llegado, ni quien era aquella mujer. Ni siquiera sabía dónde estaba.
Varios segundos más adelante, el débil viento consiguió algo de fuerza y movió algunas hojas del suelo dejando ver debajo. Aquello sorprendió a Arturo. El verde césped que esperaba encontrar no estaba allí. Lo que vio fueron cadáveres de pequeños animales mesclados entre las hojas y un barro mohoso. En su rostro no puedo evitar soltar una aterradora mirada hacia todos lados. Su mirada recorrió todo su alrededor hasta dar con la sombra de la mujer que le llevaba dulcemente de la mano. Aquella sombra era como mínimo siete veces más grande de lo que debería y su forma no coincidía con ningún ángulo de ella. Y no solo eso, también se percato de que aquella sombra sujetaba una gran hoz que arrastraba moviendo las hojas a su paso.
Lentamente levanto la mirada y se encontró de frente con los ojos de la mujer.

-Bienvenido a casa. – Le dijo con una sonrisa enfermiza en su rostro.

viernes, 1 de abril de 2011

Dientes².

Un miedo inmenso recorrió su cuerpo. Frente a ella se encontraba el cuerpo sin vida de la bestia. Lagos de sangre emanaban de su cabeza, de sus brazos. Sangre que pronto tiño sus pies. Sangre que se encontraba sobre ella. Sentía asco. No sabía lo que había pasado. Simplemente sucedió. Su cuerpo actuando por si mismo salto contra la bestia. Un odio infrenable emanaba de ella en aquel momento. Un odio que la controlo, que le hizo actuar de aquella manera. Un odio que le hablaba, que la guiaba. Con apenas fuerza en sus piernas, salió de la casa en ruinas. Avanzo hasta la entrada al jardín y se dejo caer sobre la columna. Frente a ella, a lo lejos, se encontraba el pueblo que tanta paz le brindo. Columnas de humo que se extendían hasta el cielo emanaban de él. No solo la familia con la que vivía, si no todos habían caído esa noche.
Se puso de pie y comenzó a andar hacia el pueblo. A medida que avanzaba, se podían oír aun gritos de los que todavía Vivian. Gritos que se iban apagando uno a uno con un súbito y desgarrador llanto. Los arboles se movían fuertemente a causa del viento. Los pájaros se iban del lugar. A cada paso. A cada grito. A cada segundo que pasaba el odio dentro de ella aumentaba. Los dientes comenzaron a agrietarse debido a la gran fuerza con la que apretaba su boca cuando llego a la entrada del pueblo. Un último grito se apago delante de ella. Sobre aquel hombre se encontraba una de aquellas criaturas de armadura, quien se levanto y giro la cabeza para centrarse en ella. La criatura sonrió mientras un trozo de carne colgaba de su boca. Un fuerte rayo cayó sobre un árbol dejando un resplandor que la cegó durante unos pocos segundos. Al volver a abrir los ojos, sobre los edificios se veía la figura de varias de las criaturas. Varias más salieron de entre las sombras. Decenas de aquellas bestias la rodeaban, acercándose paso a paso.
Con la mirada en el suelo, comenzó a caminar lentamente hacia uno de ellos. No quería verlos, no podía. Bañados en la sangre de aquella gente. Poco a poco aquel débil paso con el que andaba se fue transformando en uno más rápido. Se convirtió en un trote que alcanzo una carrera. Y pronto en una carrera mas allá de toda razón. Se convirtió en un leve parpadeo.
Cuando la bestia se quiso dar cuenta, la niña se encontraba en el aire a su lado con el puño hacia atrás, el cual cargo con todas sus fuerzas y le golpeo arrancándole la mandíbula y lanzándolo varios metros hacia atrás justo a la vez que volvió a desaparecer dejando una ondulación en el aire. Una bestia la vio sobre su cabeza un segundo antes de que una patada se la arrancase y volviera a esfumarse. Otra de ellas vio como una mano atravesaba su pecho mientras caía al suelo.
Sobre uno de los edificios, frente a la luna que apareció de entre las nubes de humo, apareció la figura de una niña. Comenzó a caminar y al tercer paso y creando otra ondulación en el aire apareció frente a una de las criaturas que aun no habían huido. En menos tiempo del que la bestia tardo en parpadear su vida termino.
Delante de las pocas que aun quedaban se evaporo en el aire. Las tres dejaron escapar un ligero suspiro de alivio antes de vomitar sangre y caer al suelo sin entender siquiera el por qué.

Aun así, sabía que no la dejarían huir sin más. Debería esconderse.

lunes, 28 de marzo de 2011

Dientes.

Frente a la puerta se quedo parada esperando. El suelo temblaba bajo sus pies sin cesar. Trozos de pared caían y rebotaban en el suelo. Trozos del techo. Cada vez más grandes. El temblor aumentaba al paso del tiempo. Las gotas de sudor se mesclaban con los trozos del lugar. A cada segundo la habitación iba desapareciendo. Las pequeñas grietas se convirtieron en enormes agujeros a la nada más profunda. Al final los pasos detrás de la puerta se detuvieron. Ya no había paredes. Ya no había un techo bajo el que protegerse de la lluvia. Ya solo estaba ella parada en una enorme oscuridad, sobre un gran vacío que engullía todo avispo de esperanza que pudiera haber tenido. Aun así llovía, de ningún lado, tan solo llovía. En toda aquella oscuridad solo se veía la puerta frente a ella. Intacta. Imponente. Su mirada se centro en ella, no había nada más que mirar. Lentamente comenzó a abrirse como si una suave brisa la empujara hacia dentro. La oscuridad comenzó a escapar por la pequeña abertura hasta dejar todo completamente iluminado. Las ruinas de lo que había sido una pequeña casa en medio del campo la rodeaban. Trozos de cristal, de los muebles y de fotografías en el suelo hacían de alfombra de bienvenida a quien había abierto la puerta. Aquel que a cada paso que daba el suelo temblaba destruyéndolo todo. Sin poder soportar el poder de su mera presencia la chica cayó de rodillas al suelo sin poder levantar la mirada. Pequeños sollozos fueron creciendo hasta convertirse en verdaderos llantos de dolor e impotencia. Pequeños ríos de lágrimas caían de sus ojos hasta sus rodillas formando pequeños lagos bajo ella en donde se podía ver reflejado el rostro del dolor. El dolor de aquel que ya lo había perdido todo. De quien se daba por vencido. Quien tiraba la toalla.
El suelo comenzó a temblar mientras la gran criatura de imponente armadura se acercaba a ella. En la pequeña rendija del casco se podía apreciar una mueca de superioridad. Se detuvo delante de ella, la sujeto con una mano del cabello y la levanto hasta casi si cabeza. No llegaba a tocar el suelo. El rostro de la niña estaba completamente rojo del dolor que sentía en su cabeza. No tenía fuerzas para oponer resistencia. Su mirada seguía clavada en el suelo. Los ojos se volvieron rojos, se le secaban, no tenía ya más lágrimas que derramar.

-Nadie se escapa pequeña. ¡Nadie!

La niña no respondió. No levanto la mirada.

-¿Crees que no te queda nada? ¿Qué no tienes nada que perder? – Le dijo lentamente sin emoción alguna.

Comenzó a mover su otra mano hasta apoyarla sobre una pequeña rendija en el pecho de su armadura.

-Te mostrare la verdadera desesperación pequeña. – Al acabar esas palabras tiro de la rendija y abrió su coraza.
La niña con la poca fuerza que le quedaba levanto un poco la cabeza para ver en su interior. Sus ojos se abrieron de par en par. Intentaban salirse de su cara. Tanta era la fuerza con la que los abría, tanta era la fuerza con la que gritaba que la criatura comenzó a reír. Al no tener ya lágrimas que derramar, comenzó a llorar sangre, lo cual hizo que la enorme criatura se riera aun mas haciendo que el cadáver dentro de sí se tambaleara. Sam, el niño al que conoció en aquel pueblo, el niño que junto a su familia le dio un techo bajo el que dormir durante todo este tiempo se encontraba ahí dentro. Destrozado. Apenas se le podía reconocer si no fuera por la pequeña cruz que colgaba de su estrujado cuello. No, se dijo a sí misma, ese no es él, ya no. Aquel era el fruto de su irresponsabilidad. Sabía que no la dejarían huir así sin más. Sabía que la buscarían. Sabía que esto pasaría. Fue estúpida al creer que aquella paz de la que disfruto duraría para siempre, que no la encontrarían. Siempre lo hacen. Sin descanso. Todo esto no era culpa de ellos. Todo el caos y muerte que ahora les rodeaban, todas esas torres de humo que cubrían el cielo no es culpa de ellos. Era su culpa. Ella los había traído hasta aquí. Ella hizo que los mataran. La verdadera cara de la desesperación estaba reflejada ahora en su rostro.

-¿Le habías ayudado a escapar verdad? Muy noble de tu parte, aunque desafortunadamente para el no salió bien. Si hubieras visto su rostro al vernos tras de sí, al ver cómo le rodeamos… Qué bien nos lo pasamos con él. Esas lágrimas, esos gritos de socorro. Si vieras como movía su cuerpo mientras le comíamos, como el hilo de su voz se iba apagando poco a poco a medida que nuestros dientes se clavaban en su tierna carne... – Se detuvo al sentir como le temblaba la mano. - ¿Tiemblas pequeña? Está bien, deberías. Lo que te espera a ti será mucho peor en cuanto lleguemos. Y pensar que eras su preferida.

El temblor se extendió a su brazo. La pequeña temblaba fuertemente mientras seguía sujeta sobre el suelo. Su mirada estaba clavada en los restos de la cara de aquel niño.

-¿Qué crees que haces niña? – Le pregunto. Al acabar de hablar el temblor avanzo y le recorrió todo su cuerpo. Apoyo a la niña en el suelo. Ya no podía mantenerla en el aire. Le pesaba demasiado. La soltó y cayó al suelo de rodillas. Apoyo las manos para sujetarse aplastando los vidrios de las ventanas. Le sangraron las manos, pero no mostro atisbo de dolor. Seguía temblando, y con ella todo a su alrededor.
La criatura retrocedió varios pasos hacia atrás sin comprender lo que pasaba. Al dar un cuarto paso, la niña levanto la mirada hacia él, sujeto un gran trozo de cristal y salto hacia él. Puso los brazos delante para defenderse. Inútilmente. Los atravesó con el cristal haciéndolos caer a sus pies. No tuvo tiempo a gritar por el dolor de sus brazos perdidos, su rostro fue atravesado por el cristal atravesándole hasta salir por la parte de atrás de la cabeza. Lo último que vio fueron los ojos de la niña. Aquellos no eran sus ojos.